PARTE I: TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

Los llamados conspiranoicos, no son una raza que haya nacido en la era de Internet, han existido siempre, y muchas de las teorías que han defendido han sido ciertas, pero en su momento les tomaron por locos y mentirosos.

 

Una conspiración o complot es un entendimiento secreto entre varias personas (militares, grupos armados y civiles), con el objetivo de derribar el poder establecido, o con vista a atentar contra la vida de una o varias personalidades (autoridades), para así trastocar el funcionamiento de una estructura legal. Este entendimiento se puede realizar a nivel individual (entre personas), o en representación de alguna entidad, sea una empresa, nación o supranación. El término «conspiración» tiene como sinónimos las palabras «complot» y «conjura».

La historia de la humanidad está llena de conspiraciones, y quienes se burlan de éstas, deberían avergonzarse, pues nada han entendido. Incluso ya en la Prehistoria se las tuvieron que traer unos con otros para poder escalar puestos en la estructura social del momento.

La primera conspiración de la Historia surgió en el antiguo Egipto durante el reinado del faraón Ramsés III, hacia el año 1150 a. C. Gracias al Papiro Harris, el más largo conocido y el Papiro Judicial de Turín conocemos los hechos acaecidos de la conspiración surgida en su harén, donde la reina Tiyi, con el fin de acabar con la vida del soberano y colocar en su lugar a su hijo intentó acabar con la vida del Faraón.  El fracaso de estas operaciones lo conocemos por los textos que han llegado hasta nosotros con el juicio de los culpables, sin embargo, la momia de Ramsés III, descubierta en el escondite de Deir el Bahari en 1881 muestra señales de violencia. Cuando fue estudiada recientemente se observó que alguien le había cortado el cuello a Ramsés.

La sed de poder y gloria han empujado a varios a las acciones más vergonzosas con tal de hacerse del control de un gobierno o de un país. A lo largo de la historia, la ambición humana ha buscado incidir en el curso de los sucesos históricos de manera dramática, cuando no sangrienta. Y para ello, no se ha valido tanto de guerras o revoluciones, sino de intrigas y muertes planeadas clandestinamente:

En el libro La daga en las sombras del escritor mexicano Julio César Navarro, podemos encontrar cincuenta momentos históricos, desde el siglo XVI hasta nuestros días, donde podemos ver al hombre siendo verdadero lobo del hombre al momento de ambicionar el poder. Esta obra nos brinda una pasarela por la historia de las conspiraciones realizadas por varios personajes: cardenales, generales, senadores, cortesanos, caudillos, reyes y emperadores, intelectuales y agitadores, santones, iracundos, féminas y afeminados, barones y plebeyos, todos conducidos por idénticas pasiones y metas, no siempre elevadas ni admirables. Aquí encontraremos conspiraciones exitosas y otras frustradas dramáticamente, las que fueron ejemplo de virtud ciudadana, las estrambóticas, las sutiles y refinadas, las sangrientas y vengativas:

“A nosotros toca elegir si aprendemos de los errores del pasado o decidimos ser estudiantes modelo en el refinado arte de la conjura palaciega”.

Los llamados “conspiranoicos”, no son una raza que haya nacido en la era de Internet, han existido siempre, y muchas de las teorías que han defendido han sido ciertas, pero en su momento les tomaron por locos y mentirosos. Por ejemplo, hoy nadie duda de que el Watergate fue una operación de espionaje del gobierno de Richard Nixon contra el Partido Demócrata, sin embargo, cuando los periodistas del The Washington Post Carl Woodward y Edward Bernstein comenzaron a publicar sus informaciones, casi nadie les tomó en serio.

Walter Contrike, quien en 1972 era el presentador del informativo más importante de EEUU, se negó a tratar la noticia en su telediario debido a que las fuentes que usaban los periodistas eran anónimas y, por tanto, no le merecían ninguna credibilidad. Woodward y Bernstein podrían haber acabado sus carreras profesionales tratando de demostrar lo que parecía indemostrable, hasta que en 1973 la confesión pública de uno de los implicados en el asunto, el ex agente de la CIA James McCord, hizo que todas las piezas del puzzle fueran encajando y esto provocó la renuncia de importantes miembros del gobierno, hasta culminar en la del propio Nixon.

 
 

Las epidemias y el silencio

En 1884, el diario Las Provincias de Valencia publicó en sus páginas interiores una noticia según la cual el gobernador de la provincia, acompañado de varios médicos, había visitado a cincuenta enfermos sospechosos de padecer cólera. Inmediatamente, la dirección del periódico recibió por parte de la autoridad de la ciudad la prohibición de publicar cualquier noticia que volviera a mencionar la palabra “cólera”.  ¿Les suena conocido?  Debía utilizarse en su lugar la expresión “enfermedad peligrosa”, y se diagnosticaba como una gastroenteritis. También el comercio quería ocultar la epidemia, y quienes desafiaron aquella conspiración de silencio fueron tachados de locos, de traidores, e incluso encarcelados.

Cuando desde Madrid y Barcelona se preguntó qué estaba ocurriendo, la respuesta fue: “En Valencia no sucede nada”. Pero los miembros de la clase adinerada recurrieron a ‘‘adelantar el veraneo’’, es decir, abandonaron la ciudad. Finalmente, en 1865 la verdad no pudo ocultarse más y Valencia quedó sitiada con un cordón sanitario del Ejército que impedía salir de la ciudad o entrar en ella. No se podían comprar alimentos, y el hambre se extendió como una nueva plaga. El cólera valenciano es solo un ejemplo de las muchas teorías conspiranoicas-sanitarias que ha habido a lo largo de la historia y que finalmente se demostró que eran ciertas.

Otro ejemplo lo constituye la llamada gripe española de 1918. Porque, contra lo que su nombre hace creer, dicha epidemia no apareció en España. La primera cepa se detectó en Fort Riley, un cuartel de Kansas, donde mató a cincuenta personas, pero las autoridades silenciaron el hecho. Así, fueron los soldados americanos quienes trajeron el virus a Europa cuando vinieron a combatir en la I Guerra Mundial. La pandemia se extendió por Inglaterra y Francia, y llegó también a España. Estudios recientes dicen que quizá mató a alrededor de cincuenta millones de personas. Pero el silencio oficial rodeó a aquel trágico suceso; como Francia e Inglaterra estaban en guerra con Alemania, sus gobiernos censuraron todas las noticias sobre la enfermedad, ya que no querían desmoralizar aún más al pueblo y a sus ejércitos. Pero en las calles los rumores sobre la existencia de la enfermedad eran cada vez más insistentes, aunque las autoridades los desmentían continuamente. Y quien trató de escribir sobre el tema fue encarcelado.

Finalmente, la verdad salió a la luz gracias a la prensa española. Como España no estaba en guerra, no hubo una censura oficial sobre dicho tema. Por eso, al ser los periódicos españoles los únicos en informar sobre la enfermedad, pasó a ser conocida para la posteridad como gripe española.

 

Vacunación experimental

Uno de los sucesos más escandalosos fue el del llamado “Estudio de Sífilis de Tuskegee”. Desde 1932 hasta 1972, el Servicio de Salud Pública de EEUU llevó a cabo una supuesta campaña de vacunación de varones afroamericanos afectados de sífilis. Pero era un experimento para estudiar cómo evolucionaba la enfermedad y degeneraba la salud de los afectados. Por eso, los 400 hombres participantes fueron tratados (sin saberlo) con un medicamento falso: más de 200 “voluntarios” murieron.

El primero en denunciarlo, en 1968, fue un activista afroamericano, Bill Carter Jenkins, en una publicación marginal llamada Drum. Las autoridades sanitarias negaron repetidamente aquella noticia, que tacharon de ser una “falacia” inventada por “radicales políticos”.

Nadie hizo el menor caso a Jenkins hasta que en 1972 Peter Buxtun, participante en el proyecto, declaró en The New York Times que todo era cierto. Se constituyó una comisión de investigación presidida por Edward Kennedy, y se exigió la clausura inmediata de aquel proyecto.

Un caso más cercano ocurrió en Nigeria, a principios de los años 2000, la farmacéutica Pfizer (sí, la misma de las vacunas COVID) pagó 75 millones de dólares para evitar un proceso judicial por acusaciones de haber probado un medicamento contra la meningitis en 1996, sin que la población estuviera al tanto.

A principios de aquel año, una epidemia de cólera, meningitis y otras enfermedades asoló el norte del país. Pfizer, la mayor multinacional farmacéutica, envió a sus representantes a Kano, una ciudad amurallada y hecha en gran parte de arcilla y regida por las leyes islámicas. Los expertos de la compañía suministraron un medicamento llamado Trovan a unos cien niños de la ciudad para curarles la meningitis y un antibiótico de la familia de las quinolonas a otros cien. Este medicamento, habría provocado la muerte de al menos once niños y daños a otros tantos.

 
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