LOS MÁRTIRES DEL SUR: CASO QUEMADOS Y EL QUILTRO

 

Llueve en el sur al despedir desde su vientre a tres familiares, vecinos y mártires. La comunidad anónima llora y los despide en sus funerales personales e institucionales. Las salvas resuenan en los cielos grises de una zona que pide justicia y paz. Los suboficiales muertos cumplían en lo cotidiano con funciones más allá de lo institucional, en el sur un policía mantiene un contacto distinto con la comunidad, especialmente en zonas apartadas (rurales), en un mismo día pueden ser enfermeros, consejeros y custodios. En confianza algunos son nombrados por sus apodos de infancia y sus contexturas físicas, sin miedo al correccionismo urbano y al catón moderno.

Tras las víctimas del horror, el gobierno de Chile decidió el camino enmarañado de las querellas y los discursos grandilocuentes, con ello, la vía legítima y necesaria del uso de la fuerza (legal y constitucional) quedó descartada, debemos confiar (nos dicen) que los responsables serán buscados “como perros” por cielo, mar y tierra. Boric decidió no invadir militarmente la zona en conflicto ni encontrar rápidamente a los culpables. Sin razón y sin la fuerza de nuestro escudo, los ejecutores celebran un gran golpe, ellos ven (vemos) un gobierno débil y discursivo que en parte se rindió a los violentos (un actuar de guerrilla) y creyentes de la vía armada amparada en velos de temáticas ancestrales, étnicas e ideológicas. Las almas del gobierno se entrampan ante la vía armada de ayer y de hoy.

Los mártires fueron asesinados bajo un plan fríamente ejecutado; acribillados, reducidos, reubicados en el móvil policial y finalmente quemados. Los detalles del “sitio del suceso” son impactantes y escabrosos. Es un nuevo caso quedamos en el sur y en democracia con distintas motivaciones y líneas de investigación. Los cuerpos calcinados demuestran salvajismo, una especie de ritual inhumano, un nuevo sacrificio de inocentes, de funcionarios públicos y uniformados de la angosta franja, que al parecer importan menos que la otra franja que quita el sueño en las relaciones internacionales del PC y Boric. En las familias verdes hay desconsuelo y desesperanza ante los discursos de las autoridades, por un momento cobra sentido un “ni perdón ni olvido” ante el ensañamiento, el dolor y la impotencia.

Un hecho trágico en manos de quienes no creen en la democracia ni  en la dignidad humana, ven en el otro un enemigo que no merece vivir, un actuar de una organización criminal que sin eufemismos ni validaciones sociológicas es terrorista y antisocial, es decir, un peligro para la sociedad del sur y nacional; pero como no sucede en el valle central, el sur puede seguir esperando leyes, comisiones y plazos judiciales. Por el momento, los ascensos y las salvas no son suficientes, faltan los culpables, no estamos todos, faltan: Cisterna, Vidal y Arévalo. ¿Son suficientes las querellas, los días de duelo y el toque de queda en la zona, decretados por el gobierno frenteamplista? No. A este gobierno la historia no lo absolverá.

Tras el “caso quemados”, familiares de los mártires recientes y anteriores, y otros actores sociales han apuntado y levantado un tema no menor y de consecuencias evidentes: la descalificación, repulsión y violencia verbal traducida en muertos con uniformes, basta con revisar la creciente lista de mártires y los ascensos póstumos del tiempo reciente. Hay quienes olvidan que tras el uniforme hay personas comunes y corrientes que decidieron formar parte de una institución al servicio de la comunidad.

De un momento a otro y no de manera casual: “los pacos pasaron a convertirse en enemigos del pueblo” y sus denunciantes: los apologistas de la violencia y del odio social. Los que siempre necesitan un enemigo de turno e instalan tácticamente conceptos seductores: “nos deben la anhelada dignidad y nos reprimen los carabineros sanguinarios”. Desde ese hito revolucionario y febril (octubre de 2019) y durante mucho tiempo, se apuntó con el dedo, bombas incendiarias y piedras; se trasladó a la institución de carabineros una animadversión, odiosidad y “rechazo visceral” pocas veces visto en democracia (leprosos en tono bíblico).

Lo uniformado con sus colores típicos fue asociado a todo lo que estaba mal en este país, pasaron de ser custodios del orden público, garantes del libre tránsito a ser violadores sistemáticos de los derechos humanos de cientos de jóvenes idealistas abriendo las grandes alamedas, enfrentados a uniformados corruptos y representantes del mal social. El carabinero de a pie debió asumir los errores propios de la institución y cargar con toda la odiosidad en un nueva versión de la lucha de clases; la izquierda denostó y acorraló al uniformado, la figura diaria del carabinero fue vista como un leproso y asilvestrado, un enajenado de gatillo fácil.

No conforme con lo anterior, los apologistas de la violencia y del odio, levantaron el culto pagano y urbano de un quiltro negro y asilvestrado, lo hicieron parte de la santería del  octubrismo, un patrón de las piedras y las bombas incendiarias, el llamado: “perro matapacos”. Fue coreado y paseado en andas por “mascotistas”, intelectuales y guerrilleros urbanos, el quiltro y su pañuelo rojo representaban lo marginal, lo callejero y el instinto salvaje de atacar sin piedad a la presa verde. Estuvieron a un paso de situarlo en el escudo nacional, posiblemente atacando al huemul. Hoy fue abandonado nuevamente a la calle, porque no les sirve y no está de moda su defensa ni representa del todo al gobierno de turno, no es bien visto que se entrometa en los pasillos del poder. Ahora todos lo reniegan de capitán a paje.

El culto al quiltro, el octubrismo y las muertes de carabineros representan retrocesos civilizatorios. La izquierda y el gobierno siguen siendo cómplices pasivos de la violencia de hoy y de ayer.

Rodrigo Ojeda

Profesor de Historia y Ciencias Sociales

 
 
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