CONTRA LOS CUERPOS EURONORMADOS

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Desde una mirada liberal, existe una resistencia lógica (y también emocional) al uso de conceptos, terminologías, e ideas ajenas a la modernidad, puesto que para el liberalismo, al nacer desprendido de esta última, dichos conceptos, terminologías e ideas ajenos serían, a priori, antimodernos y, por tanto, antiliberales.

Un gran problema que se ha presentado para el liberalismo (y para la derecha más conservadora desprendida de la modernidad) es que la/s izquierda/s han cambiado de escenario de combate político, relocalizándose a nuevos terrenos e implementando e implantando nuevas reglas de juego, donde los individuos y grupos sociales son abordados y bombardeados en planos diferentes a los imaginables hace unas seis décadas.

El idioma de la disputa política y los objetivos han cambiado, y el esfuerzo de la derecha liberal por invisibilizar los conceptos, terminologías e ideas posmodernas por ser antagónicas a la modernidad está lejos de ser efectivo, de la misma forma en que las motivaciones occidentales están lejos de ser efectivas en el plano en que se mueve el fundamentalismo islámico y la djihad: Saladino no puede ser contrarrestado con Patton. Mientras las izquierdas no han temido a expandir su escenario de combate hasta la Guerra de V Generación (de paso, rompiendo el cartesianismo), el limitarse a los convencionalismos de lo político ha provocado un estancamiento político y ontológico en la derecha mainstream: la hegemonía se ha relocalizado, por lo que pretender desconocer las nuevas reglas de juego sólo separará la realidad actual de la realidad que se aspira a conquistar. Quiera o no aceptarse, la guerra/subversión contra el logocentrismo es un hecho. Y en lo metapolítico, los avances están más pronunciados desde la izquierda.

El final del siglo XX y los comienzos del siglo XXI han trasladado lo político y su contienda al territorio —que, desde la perspectiva de la geografía crítica, se consideraría como una construcción social resultado del ejercicio de relaciones de poder— en donde se localizaría (en coordenadas x, y, z) el cuerpo humano. Más aún, el nuevo siglo ha permitido que el avance de la izquierda (o las izquierdas, para ser más exacto) sea en base a memes 1 donde la incoherencia entre los memes del sector puede estar presente y, aun así, no causar una gran disonancia cognitiva entre las masas —una suerte de hidra de Lerna o brainstorm. Así, es posible que desde las múltiples cabezas de esta hidra se pueda, simultáneamente, apoyar causas de los pueblos indígenas y la primacía de los intereses de estos (sobre todo respecto de sus leyes ancestrales y formas de ordenamiento social) y también apoyar los intereses individuales y grupales de las mujeres como una identidad aparte.

Para dar un ejemplo, ambas iniciativas mencionadas son, en esencia, antagónicas, pues se da la discusión respecto a qué pesa más: el derecho de la comunidad como un ente diferenciado respecto de la norma eurodescendiente/occidental, o el derecho individual de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos (¿los cuerpos son de las mujeres o de la comunidad?). Sin embargo, estas incoherencias y antagonismos frontales no son ni relevantes ni son impedimentos para ser empleados como armas de combate político. Las izquierdas no instalaron estas temáticas necesariamente por un interés genuino en las categorías de lo oprimido, sino porque éstas son instrumentalizables como masa crítica de lo metapolítico, primero, y como masa crítica de lo político, después.

El cuerpo se ha vuelto un espacio de disputa política y, además, él mismo se ha visto atravesado, lacerado y moldeado por contiendas políticas. El cuerpo no está dado por lo cartesiano, sino que es el resultado del entrecruzamiento del saber y el poder en el dispositivo. Aunque tomando a Nietzsche como su base, Foucault realiza una redirección respecto al objeto de la genealogía del primero, abandonando a Ursprung en favor de Herkunft, la procedencia, que aunque pudiera ser asimilado a la raza o el tipo social —hoy politizado a través de la interseccionalidad— trata sobre percibir todas las marcas sutiles singulares, sub‐individuales que pueden entrecruzarse en el individuo y formar una raíz difícil de desenredar 2. Esta procedencia que se encuentra enraizada en el cuerpo, «se inscribe en el sistema nervioso, en el aparato digestivo. Mala respiración, mala alimentación, cuerpo débil y abatido respecto al cual los progenitores han cometido errores».

Para Foucault, el cuerpo, y todo lo relacionado con él, será el lugar de la Herkunft, y en el cuerpo se librarán los combates de los sucesos pasados, los deseos y los errores, desatándose y borrándose unos con otros, para continuar su inagotable conflicto. En el cuerpo 3 es por donde pasarán hoy las redes de poder que en el pasado pasaban a través del alma 4. En esta superficie de inscripción de los sucesos, la historia y el poder 5 se impregnarán en ella como un tatuaje (de violencia tal vez), y la historia, que será «efectiva» mientras introduzca lo discontinuo en el mismo ser, se tornará en un destructor del cuerpo, toda vez que éste no está desprendido de la realidad moldeada por la historia y sus embates.

La izquierda ha adoptado esta (o parte de esta) interpretación del cuerpo, transformándolo en un campo de batalla holográfico, y arrastrando consigo a todas las ideologías y filosofías a una discusión para la que no se encontraban necesariamente preparadas, o que el tema en sí no les era de interés ni comodidad.

Como se mencionó anteriormente, la derecha mainstream no ha procedido de manera eficiente frente a estos nuevos escenarios posmodernos, no comprendiendo que las batallas políticas convencionales quedaron en otro plano, y que la batalla de las ideas (o lucha cultural, como quiera llamarse) ha incorporado nuevas arenas. No se ha comprendido este nuevo campo de batalla, y esta ignorancia y nula comprensión se viste de escepticismo, burla y algo de morbo, sobre todo en las expresiones más escandalosas (ejemplo las manifestaciones feministas o de disidencias sexuales).

El cuerpo se ha transformado en un espacio de combate político porque el mismo existe en y a través de un sistema político, donde el poder político proporciona cierto espacio al individuo: un espacio donde comportarse, donde adoptar una postura particular, sentarse de una determinada forma o trabajar continuamente 6, no siendo el cuerpo un preexistente ontológico extenso manejado por una conciencia moral y cognitiva, sino un producto que se produce en el marco histórico en el que un dispositivo lo sujeta 7; no existe una independencia entre el cuerpo y lo político, pues el cuerpo está imbuido de relaciones de poder y de dominación.

 
 
 
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La izquierda marxista chilena actual, que hace rato dejó de lado el militarismo que la caracterizó durante gran parte del s. XX, opta por la lucha de categorías, donde opresores y oprimidos se ven enfrentados, y donde finalmente tendría que triunfar el bando de los oprimidos (si bien nadie sabría que categoría pasará a ser la oprimida en ese momento). Debido al cambio en la metodología posterior a su derrota en 1973 y luego del período de resistencia armada durante los 70s y 80s, la izquierda ha optado por la instrumentalización de la subversión de las categorías contra lo hegemónico. De esta manera, lo originario —y, más concretamente, lo mapuche— ha sido captado (o, mejor dicho, apropiado) por la izquierda como un pilar a posicionar ya sea en el discurso como en acciones concretas.

En cuanto a otorgar un sentido a su despliegue ideológico, la izquierda ha conformado un verdadero dispositif, con elementos de lo dicho como de lo no-dicho, a diferencia de la derecha mainstream que, al carecer de un relato y sólo experimentar una anorexia cultural sin que muchos de sus defensores haya reparado en este desolador diagnóstico, se ha dedicado a reaccionar frente a las proposiciones y avances de la izquierda, reduciendo su eje de acción a mantener al mercado lo más lejos de las pretensiones de la izquierda, mirando sin hacer gran cosa mientras ésta última avanza en los planos no económicos. Éste es un error garrafal y que algunos autores advirtieron hace años; sin embargo, al estar la derecha manejada por representantes cortoplacistas, afines al crony capitalism y con desinterés por lo cultural, no es de extrañar que este componente fuera llenado con discursos de una izquierda intelectualmente más astuta y de una mayor inteligencia para la guerra de guerrillas cultural, pues ha sabido utilizar mejor sus recursos limitados.

Las izquierdas, reconociendo y asumiendo que las ideologías y filosofías subyacentes a la búsqueda de la igualdad no son monolíticas sino que descentralizadas y hasta caóticas, han estado librando una guerra de guerrillas desde distintos frentes (y con distintos métodos) contra la realidad, valiéndose de una acertada (y, en algunos casos, moralmente cuestionable al menos desde la hegemonía pretérita) politización de los cuerpos sociales, y también de una biopolitización de los mismos, es decir, no remitirse sólo al modo en que la política es determinada por la vida, sino también, y sobre todo, al modo en que la vida es penetrada por la política 8.

De manera más exacta, debería hablarse de una «anarcobiopolitización», puesto que ya no es sólo el soberano (la ley) quien administra los poderes (los saberes y las instituciones) 9 y biopoderes (las políticas de regulación de la población) 10, sino que surgen resistencias a dichos poderes y biopoderes, pues donde hay poder hay resistencia al mismo. Al poder se le resiste con poder y, en consecuencia, al biopoder se le resistirá con biopoder: las prácticas políticas y las observaciones económicas de los problemas de natalidad, longevidad, salud pública, vivienda, migración adoptarán técnicas diversas y numerosas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones. El cuerpo humano ya no es una frontera infranqueable sino la espiral perpetua del poder y del placer 11 y, además, un producto social insertado en relaciones de poder y dominación.

Anatomopolítica para el cuerpo humano del individuo, biopolítica para la población (compuesta por miríadas de cuerpos humanos) 12, Foucault niega que el trabajo sea la esencia de los sujetos 13, aunque continúa la labor de denuncia marxista al establecer los mecanismos, dispositivos y tecnologías de la modernidad sobre los cuerpos 14.

Los deseos pueden no tener limitaciones, pero si éstos se igualan con la voluntad —la que busca dar concreción a lo deseado a través de la acción— la entropía sufre un incremento positivo, dando paso a la masa, donde quien logre capitalizar el descontento (y el poder derivado de las pulsiones dionisíacas del descontento, que puede ser ejercido a través del gradiente causado por el deseo) logrará moldear biopolíticamente (o anarcobiopolíticamente, como se mencionó anteriormente) a las muchedumbres; al menos en una etapa inicial.

En dicho momento se produce una pérdida de la razón y la instauración de una tiranía molecular y holográfica del deseo legitimado desde el poder bottom-up (las masas) y la sacrosantificación de la democracia como summum bonum reinterpretado como dispositif para la satisfacción última del deseo, donde la hibris, es decir, la desmesura humana y castigo de los dioses, termina por aniquilar —mediante desestabilización— al poder político obtenido.

Es ahí cuando la resistencia de la fracción oprimida del biopoder se transformará en el biopoder hegemónico, y tendrá que aplastar a la disidencia antes que la antigua hegemonía se vuelva la nueva resistencia que derrocará al nuevo poder establecido —algo en qué pensar para la discusión futura de la disputa por el poder a ejercer sobre el individuo y la población.

¿Cuál sería el impedimento, entonces, para que las fuerzas culturales actuales no busquen impulsar la proscripción social —vigilancia y castigo mediante el panóptico 15— de lo que consideren como reivindicativo de la opresión hacia los grupos menos privilegiados, incluyendo en estos últimos también a los grupos biológicamente menos privilegiados?

La destrucción de estatuas, el levantamiento de identidades disidentes a la hegemonía eurodescendiente y occidentales y la visibilización de mitos e hitos históricos que se encontraban anteriormente eclipsados por la hegemonía cultural, es tan sólo la manifestación radical y concreta de las fuerzas culturales fraguadas por la izquierda, donde la derecha ha jugado el rol de cómplice por omisión, pues no sólo no ha hecho gran cosa para detener lo tangible (la destrucción de los bienes públicos y privados), sino que incluso ha profesado y repetido la parte medular del discurso de izquierda, enfocándose tan sólo en el eje económico y la mantención del poder, muriéndose de hambre intelectual y culturalmente.

 
 
 
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Se destruyen estatuas que son representaciones de cuerpos de lo que se denominará en este ensayo como «euronorma», que correspondería al conjunto de rasgos ya no sólo culturales, legales ni sociales, sino también fenotípicos y hasta genotípicos, donde quienes se encontrarían más cercanos a la euronormatividad estarían privilegiados, además de cultural y económicamente, biológicamente. (Por ejemplo, podría mencionarse la capacidad de resistir mejor el alcohol gracias a la mayor presencia de las enzimas alcohol deshidrogenasa y aldehído deshidrogenasa, la mayor tolerancia a la lactosa producto de una resistencia evolutiva a la presencia de este disacárido. Además, incluso se apuntan como privilegios a ciertas alturas, facciones y contexturas físicas relacionadas con lo europeo).

Se elaboran y moldean discursos racializados que para la mirada desde la modernidad parecieran anacrónicos; sin embargo, surgen en respuesta a lo histórico y cómo la historia y las relaciones de poder han atravesado los cuerpos, el lugar donde se han librado los combates de los sucesos pasados, los deseos y los errores. Así, ante la euronorma, se levantan las disidencias racializadas puesto que la colonialidad del poder —visible especialmente a través del sistema colonial de castas— ha racializado la filiación 16 donde la Herkunft, es decir, la procedencia enraizada en el cuerpo, termina manifestándose a través de múltiples rasgos que se visibilizan en resistencia a la norma, como el caso de Milanka, la figura de una mujer diaguita que reemplazó, mediante una intervención no-oficial, a la figura del conquistador español Francisco de Aguirre en La Serena.

Debido a la despolitización de los cuerpos intermedios por parte de la derecha mainstream, la biopolitización y anatomopolitización del debate político contemporáneo, nacido en respuesta y conflicto con la modernidad hegemónica, continuarán dominando el territorio donde se libra el conflicto de lo político, arrastrando obligatoriamente (e incluso contra su voluntad) al cuerpo humano al debate en el marco de la posmodernidad, desterritorializando al cuerpo de la modernidad (secuestrándolo de ella) y reterritorializándolo en compensación al territorio perdido.

El cuerpo se ve atravesado por relaciones de poder diferentes a las conocidas en el pasado, por lo que el lenguaje en el que se comprende al individuo también debe actualizarse, al menos para comprender el actual escenario político en el que la hegemonía se ha desestabilizado y va en colapso.

Inspirado por el avance de las ideas de Foucault, Faye hacía mención respecto al peso de las palabras (1998): son fundamentos de los conceptos que provocan ellos mismos la impulsión semántica de las ideas, y estas últimas forman el motor de las acciones; el hecho de nombrar y describir ya es construir. Para él, no es suficiente decir que el igualitarismo y la modernidad son nefastos, sino que es necesario imaginar, definir y proponer qué es lo adecuado, pues la crítica de un concepto solamente es eficiente si existe un nuevo concepto afirmativo, alternativo.

De esta forma, Faye exhortó (hace más de 20 años) a los pensadores de hoy a plantear nuevos conceptos dramáticos, sensacionales y desafiantes para contrarrestar la falta de contenidos concretos planteada por la izquierda, pero que son terreno fértil para el caos. Mismo caos que puede ser aprovechado para el avance del igualitarismo, si es que no es contrarrestado con visiones que trasciendan la modernidad, el humanitarismo, e incluso las fuentes de su permisividad, pues nuevos tiempos demandan nuevas formas para que antiguas ideas se enfrenten a las líneas dramatúrgicas de catástrofe de la modernidad.

 
 
 

Bibliografía

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Faye, G. 1998. L’Archéofuturisme: Techno-science et retour aux valeurs ancestrales. l’Æncre.

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Toscano, D. (2016). «El poder en Foucault: «Un caleidoscopio magnífico»». Logos: Revista de Lingüística, Filosofía y Literatura 26 (1), 111-124. DOI: 10.15443/RL2608.

 
 
 

Notas a pie de páginas

  1. Unidades mínimas de información cultural.

  2. Foucault, M. (1971). «Nietzsche, la généalogie, l’histoire». En: Hommage à Jean Hyppolite. 145-172. Ed. PUF.

  3. El poder deja de ser un a priori universal para ser una práctica ejercida sobre los cuerpos. En otras palabras, el poder en su funcionamiento caleidoscópico está vertebrado por pequeños mecanismos y diferentes vectores que encabalgándose en distintas direcciones tensionan las relaciones sociales. (Toscano, 2016).

  4. Foucault, M. (1977a). «Enfermement, psychiatrie, prison: Dialogue avec Michel Foucault et David Cooper». Change 32-33: 76-110.

  5. Las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos (Foucault, 1977a).

  6. Op. Cit. Foucault. «Nietzsche, la généalogie, l’histoire».

  7. Perea, A. (2013). «Miradas sobre lo político: las nociones de cuerpo en Michel Foucault y Gilles Deleuze». Esfera, 3 (1): 4-13

  8. Esposito, R. (2006). Bíos. Biopolítica y filosofía. Buenos Aires: Amorrortu. 312 p.

  9. Foucault, M. (2000). Power, vol III. The New Press. New York

  10. Foucault, M. (2004). The Birth of Biopolitics. Picador-Palgrave-MacMillan. New York.

  11. Foucault, M. (1976). Histoire de la sexualité, I : La volonté de savoir. Gallimard.

  12. Para ello es necesario un poder individualizante, capaz de introducir correcciones en cada uno de los cuerpos y de ordenar su conjunto global. Es un poder que mediante disciplinas e instituciones como el ejército o la escuela educa, promueve y arranca las fuerzas de sus ciudadanos-cuerpo (Garcés, 2005).

  13. El trabajo no es la esencia concreta del hombre. Si el hombre trabaja, si el cuerpo humano es una fuerza productiva, es porque está obligado a trabajar. Y está obligado porque se halla rodeado por fuerzas políticas, atrapado por los mecanismos del poder (Foucault, 1971).

  14. Barrera, O. (2011). «El cuerpo en Marx, Bourdieu y Foucault». Iberofórum. Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana. Año VI, No. 11: 121-137.

  15. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto. En suma, se invierte el principio del calabozo; o más bien de sus tres funciones —encerrar, privar de luz y ocultar—; no se conserva más que la primera y se suprimen las otras dos. La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra, que en último término protegía. La visibilidad es una trampa (Foucault, 1977b).

  16. Castro-Gómez, S. (2014). «Cuerpos racializados. Para una genealogía de la colonialidad del poder en Colombia». En: Cardona, H. & Z. Pedraza (comps.). Al otro lado del cuerpo. Estudios biopolíticos en América Latina. 53-78. Universidad de los Andes.

 
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