EL DESCUBRIMIENTO DEL INDIVIDUO

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Cuando se habla de los hitos o grandes descubrimientos del ser humano, siempre destaca la agricultura, el bronce o la imprenta, pero se tiende a ignorar algo tan relevante como el descubrimiento del individuo. El individualismo actualmente está en entredicho; hay mucho desconocimiento respecto a su importancia y respecto a lo que significa. El individualismo, en términos muy generales, significa tener el control de sí mismo y vivir de acuerdo con los propios gustos, pasiones e intereses por sobre los de un colectivo. Antes que el individualismo se descubriera, el paradigma dominante era el de los grupos humanos: lo colectivo. Todos conocemos lo que fueron los colectivismos del siglo XX, sin embargo, me gustaría ir mucho más atrás, a la génesis de todo.

Esta historia parte en la Antigüedad, antes de la caída de Roma en el año 476 d.C. El gran grupo lo constituía la familia. Por razones obvias, el concepto de familia del mundo antiguo no era el mismo de hoy. La familia significaba todo, pues constituía la base de la existencia tanto en la vida como en la muerte; todo estaba orientado a venerar a los dioses familiares y no existía otro motivo por el cual vivir.

La base de la existencia era la religión doméstica y la familia su sostén. Esto era así pues creían que los muertos seguían viviendo en la tumba. Había que atenderlos, darles de comer y dejar descendencia para que alguien los atendiera en el futuro. Por esta razón, la familia tomó gran prevalencia por sobre los individuos. La familia era un cuerpo organizado, un gobierno encabezado por el padre de familia (posteriormente conocido como Pater Familias) quien, además de ser una suerte de «jefe de gobierno», también era un «pontífice» y a la vez «juez». A este se le permitía ajusticiar con sus propias manos a un integrante de la familia en caso de que fuera necesario. «Este derecho de justicia que el jefe de familia ejercía en su casa era completo y sin apelación. Podía condenar a muerte, como el magistrado en la ciudad; ninguna autoridad tenía derecho a modificar sus decisiones»1.

Incluso, cuando las familias cercanas al jefe no podían concebir hijos, el padre tenía la autoridad para vender o cederle uno de sus hijos para que pudiese seguir con el culto de los dioses familiares. «La ley que permite al padre vender y aun matar al hijo, ley que encontramos en Grecia como en Roma […]»2.

Y así se entendió el mundo antiguo: el clan familiar como eje central. A la posteridad, este paradigma evolucionaría a tal magnitud que ya no fue la familia aquello más importante: se incorporó la «ciudad». Estos pequeños grupos humanos llamados «familia» fueron constituyendo lo que se conoce como «Sinecismo», que en resumidas cuentas comprende la existencia de muchas familias agrupadas en torno a aldeas. Lo anterior llevó a la existencia de lazos comunes, lo que dio paso a grandes ciudades.

Este paradigma no sólo se vivió en la antigua Roma o Grecia, sino también en el lejano Oriente con China e India, y además Mesopotamia. En todas las regiones pobladas del planeta existía el mismo paradigma. No existían las individualidades, gustos personales ni ambiciones; la humanidad estaba encadenada a servir a los únicos agentes válidos de la sociedad: la familia y la ciudad.

Lo anterior comenzó a cambiar con el esparcimiento de la ética judeo-cristiana, la cual, más allá de un asunto de fe, significó una gran contribución al descubrimiento del individualismo. Por primera vez se reconocen a sujetos individuales por sobre grupos colectivos, ya que la salvación no era colectiva, sino que individual. Así pues, mujeres, hombres, niños, jóvenes adultos y ancianos debían salvarse individualmente según sus acciones en vida.

Aceptar a Dios era una decisión personal, independiente de lo que la familia o ciudad considerara; el bautismo también era algo que se decidía individualmente; el matrimonio debía tener la venia de ambos en el altar, caso contrario no se concebía; si uno de ambos decidía dedicarse a la «santidad» (monasterios, conventos, etc.) el matrimonio debía ser anulado, y se debía respetar la decisión de esa persona para acercarse a la santidad.

«Los teólogos y filósofos fueron quienes por primera vez reconocieron y describieron subjetivamente el carácter único del yo»3. Después de tantos siglos, el ser humano vino a descubrir al individuo, al «yo»; por vez primera la humanidad se comenzaba a liberar de las ataduras del mundo antiguo y el individuo se comenzaría a situar en una posición superior respecto al colectivo.

La ética judeo-cristiana hizo posible el individualismo ya que ahora el individuo debía arreglárselas para tener su propia salvación. A partir del siglo V, tras la caída de Roma, el cristianismo fue domesticando a los germanos que por aquel entonces ya eran dueños de Europa. Se les enseñaron distintos saberes, diplomacia, evitaron muchas guerras y aprendieron a vivir en paz. No fue fácil. Quienes mejor recibieron estas enseñanzas fueron los habitantes de la península itálica.

Algunas de sus ciudades fueron Florencia, Toscana, Génova, Roma, Venecia, Nápoles, Milán, entre otras. Estas ciudades aprendieron a vivir con los preceptos cristianos, lo que implicó largos años de paz. Es interesante mencionar que todas estas ciudades (península itálica) fueron cuna del cristianismo europeo. Gracias a este período de paz es que fue posible practicar el comercio, primer síntoma del capitalismo.

Esta península fue como una burbuja, ya que el paradigma era muy avanzado en relación con sus vecinos, quienes seguían viviendo en el paganismo, la barbarie y ciertos absolutismos enfermizos. Toda esta «ventaja» cultural de la península itálica respecto al resto de las ciudades europeas permitiría el auge del renacimiento entre los siglos XIV al XV; no obstante, aquí entrará otro factor sumamente importante: el auge de la burguesía y el capitalismo.

Los grandes comerciantes estaban empoderándose cada vez más gracias al capitalismo. De este modo, las cancillerías, las iglesias y los mismos comerciantes brindaron onerosas donaciones a los artistas renacentistas del momento, como Miguel Ángel, Rafael Sanzio; y a los humanistas, como Dante Alighieri, Francesco Petrarca, etc. Esta acción se conoció como el mecenazgo. «El mecenazgo civil y el de las ciudades particulares, con frecuencia mercaderes, dejó su huella en las artes»4. Sin esos aportes financieros el renacimiento no se hubiese dado.

La importancia del cristianismo tanto como el desarrollo del capitalismo radica en la idea de que se fueron gestionando aún más las individualidades y tomándose muy en serio el rol del individuo. Expresión de esto es que las pinturas ya no eran colectivas (retratando familias o ciudades) sino que «individuales». Por ejemplo, pinturas de personajes de la época —o también históricos—, esculturas individuales, estudios sobre los saberes; se comenzó, también, a dar un fundamento intelectual a las individualidades; se desarrollaron las biografías, autobiografías y memorias.

Asimismo, todos los estudios que se desarrollaron sobre el antropocentrismo (hombre centro del universo) emanaron desde el descubrimiento del individuo. Este movimiento con influencias del humanismo daría más tarde a luz la reforma de Martin Lutero en 1517 que dividió a la Iglesia en dos: católica y protestante. Esta visión individualista se profundizó aún más en la parte protestante de Europa, como en los Países Bajos, Alemania o Inglaterra.

La región protestante apreció mucho la bonanza económica pues era entendida como «una bendición de Dios». Estos lugares serían cuna de la primera revolución industrial. Sin el cristianismo no se generaba el capitalismo, y sin el capitalismo no se generaba el renacimiento ni el humanismo, y sin todo eso no se generaba la reforma ni la posterior revolución industrial y con ello todos los avances que esta vendría a generar. Todo esto se dio gracias al descubrimiento del individuo. En vista de lo anterior, ¿es posible negar todo el progreso que generó el descubrimiento del individuo?

En efecto, este proceso tardó más de mil años en desarrollarse y sostenerse. Costó mucho que las personas entendieran que el «yo» era más importante que algo colectivo. Hoy en día existen muchas personas que critican el individualismo. Lo quieren desechar por un mero capricho ideológico y sin razones suficientes. El marxismo idealiza y romantiza el colectivismo. De sus teorías emanan expresiones como «los trabajadores», «los obreros» y «los proletarios», asumiendo que todos y cada uno de ellos, por el mero hecho de pertenecer a una clase (si es que cabe hablar de clase) o condición, deben pensar y ser «iguales», pasando por alto las concepciones individuales de cada persona y su propio código de valores.

Lo mismo ocurre con el neo-marxismo de carácter cultural cuando se atribuye determinadas banderas como la del «movimiento de liberación homosexual», «movimiento indígena», «movimiento estudiantil» o el «movimiento feminista», donde determinan arbitrariamente cómo se debe pensar y actuar. En definitiva, distintos sucesos históricos y planteamientos teóricos fueron dando fuerza a la concepción de individuo que se arrastra hasta nuestros días. En tal sentido, la ética judeo-cristiana, el renacimiento y posteriormente el capitalismo jugaron un rol fundamental. A la luz de los hechos, negar el avance que trajo el rol del individuo como categoría moral parece inapropiado.

 
 
 

Bibliografía

Van Dülmen, Richard. (2016). El descubrimiento del individuo: 1500-1800. Madrid, Editorial Siglo XXI. pp.17-42

Burke, Peter. (2000). El Renacimiento Europeo. Barcelona, Editorial Crítica. p. 74.

Coulanges, Fustel. (2003). La ciudad antigua. México, Editorial Porrúa. pp. 7 – 107.

 
 
 

Notas a pie de página

  1. Coulanges, Fustel. (2003). La ciudad antigua. México, Editorial Porrúa. pp. 7-107.

  2. Coulanges, Óp. cit. p. 77.

  3. Van Dülmen, Richard. (2016). El descubrimiento del individuo: 1500-1800. Madrid, Editorial Siglo XXI. pp. 17-42.

  4. Burke, Peter. (2000). El Renacimiento Europeo. Barcelona, Editorial Crítica. p. 74.

 
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