RE-PENSAR EL CUERPO DESDE UNA VISIÓN CLÁSICA

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El arte es creación y la belleza es un fin en sí. Si no existen los héroes en esta realidad, hay que inventarlos. El renacimiento de una «nueva cultura de derecha» puede —y debe— estar inspirada en la antigüedad heroica y, para que vuelvan los clásicos al presente, no es necesario ni la erudición ni el academicismo. Como diría Gabriela Mistral, nuestra historia es educadora, ilustrativa incluso, sobre ejemplos en este sentido.

La vuelta a los griegos puede corregir esta actitud elitista de cierto grupo dentro de la derecha. Bajemos a la plaza a conversar; hagamos fiestas para hablar del amor, de la justicia y de la verdad; hagamos grupos de poesía y teatro; caminemos mientras filosofamos. Todo esto es regresar a los clásicos.

 
 
 

Los antiguos

Cada cuatro años los griegos se reunían en el santuario dedicado a Zeus (en la ciudad de Olimpia) para celebrar lo que en la actualidad denominamos Juegos Olímpicos. Estos juegos (para los romanos eran juegos, ludis) que los griegos llamaban «Festivales del pueblo heleno» constituían una de las características de unidad dentro del mundo clásico. Hay que considerar que, en este periodo, Grecia era solo un conjunto de ciudades independientes que permanecían en constante conflicto. La creencia en las mismas deidades, el idioma y, fundamentalmente las fiestas, congregaban un fino sentimiento de identidad panhelénico, el cual daba lugar a una unidad cultural más grande que la pura polis, donde las personas provenían y convivían como ciudadanos. El más famoso de estos festivales era el celebrado en Olimpia (que mencionamos al comienzo), pero no era el único: se suman, además, los Juegos Píticos llevados a cabo en el santuario de Delfos, los Juegos Nemeos, los Ístmicos en Corinto, las panateneas realizados en Atenas. También, cabe nombrar a los juegos en la ciudad de Elea, dedicados a la diosa Hera, en los que participaban mujeres en su honor (por regla general solo les era permitido participar a los hombres libres).

Era tal el nivel de relevancia de estos juegos que, durante su celebración, se interrumpían las guerras entre las ciudades con el propósito de que los atletas y viajeros pudieran llegar con seguridad a su destino para participar en las competencias. Este periodo de paz tenía una naturaleza sagrada y su infracción significaba el repudio de todo el mundo griego y las consecuencias onerosas y severas que esto podría llegar a tener.

Por otro lado, pensar que las fiestas del pueblo heleno solo eran competencias de fuerza física es un error. Durante este periodo había todo un trasfondo religioso que animaba el espíritu de los participantes. Desde el inicio de las festividades —que por lo general comenzaban con oblaciones, obras de teatro y con juramentos en los santuarios por parte de los atletas (quienes se comprometían a competir honestamente)— hasta la finalización de estos —con la premiación de quienes resultaran victoriosos y el cierre de los festivales— se dejaba ver un profundo contacto con los dioses, sobre todo en la inevitable comparación entre la figura del héroe de los poemas homéricos y los ganadores de las competencias.
La figura del campeón tenía un significado semidivino y viene a actualizar los trabajos hechos por los héroes que perduraron en la memoria colectiva griega y, en muchos casos, estos campeones eran ovacionados, llegando incluso a construirse monumentos en su honor.

La concepción de los ganadores es muy diferente a la que consideramos hoy para los deportistas. Para los griegos, quien resultaba victorioso no era tanto por mérito propio, sino por ser propicio a los dioses. Es más, se creía que los ganadores tan solo ratificaban su condición de excelencia, ya que era un atributo de familia que se trasmitía por la sangre de quienes demostraban su superioridad y su pertenencia a la clase de los mejores, los aristos. Ejemplo excelso de esta manera de ver el mundo fue el caso de Filipo ll Rey de Macedonia, vencedor de 3 juegos seguidos, de quien se decía que era descendiente de Heracles y, además, fue padre de uno de los hombres más importantes de la antigüedad, Alejandro Magno.

Sin embargo, para los griegos, la expresión física era parte de la educación, elemento más importante que la religión porque influía directamente en la civilización y su continuidad egregia. La mentalidad griega entendía que el desarrollo corporal de los jóvenes no servía de nada si no estaba acompañado de un desarrollo intelectual. Así lo indica la idea de kalokagatía, la cual significa que la belleza de la aristocracia se manifiesta tanto en el interior como en el exterior. La armonía era un atributo fundamental en el pensamiento de los antiguos griegos, los cuales buscaban el equilibrio de los distintos dominios del ser humano en combinaciones contrarias y complementarias.

Muestra de la importancia del intelecto fueron los Juegos Píticos, dedicados al dios Apolo, en los cuales, aparte de los normales duelos de fuerza y habilidad, se realizaban competencias artísticas, ya sea de poesía, música, teatro y danza.

 
 
 

Los modernos

Aristóteles decía que la virtud (areté) es en el punto medio entre la carencia y el exceso, concepción absolutamente contraria a la mentalidad moderna donde se ha perdido el equilibrio entre el cuerpo y la mente (psyché) del ser humano —sin nombrar la parte espiritual que está totalmente desaparecida en nuestra cultura—. La modernidad se ha constituido desligando a la persona de todo significado trascendente, y una vez ahí, ha pretendido distanciar a la mente del cuerpo, o confundirlos, que es lo mismo.

Reivindicar el cuerpo en la modernidad es ir contra la corriente, sobre todo reconociendo que el mundo en que nos desarrollamos también lo hace, pero en su propia medida. Las campañas a favor de la vida saludable pretenden hacer del cuerpo una unidad puramente biológica, y sus argumentos no van más allá de «mejorar la calidad de vida de las personas», desde un punto de vista de salud individual y, porque no decirlo, de erario estatal.

La felicidad material constituye el valor supremo de nuestro tiempo, y a eso se encaminan este tipo de campañas, y las causas del por qué se realizan estas políticas públicas son incluso peores que las campañas mismas.

El consumismo desenfrenado, el sedentarismo y la comodidad moderna, nos muestran la otra cara complementaria del estado del cuerpo en la actualidad. Aún más, ni si quiera la idea de belleza se salva. En el momento en que la propaganda hace uso del cuerpo humano en un sentido hiper sexualizado no hace más que destruir cualquier idea superior y trascendente de este. Y como la modernidad regala el problema y vende la solución, las mentes iluminadas de nuestro tiempo no hallan mejor manera para contrarrestar esta situación que mostrar cuerpos gordos bajo el lema «quiérete tal como eres», lema que no escapa de la visión del cuerpo absolutamente materialista.

La reivindicación del cuerpo debe ser realizada en un sentido absolutamente diferente volviendo a la concepción clásica: un cuerpo holístico que es sede de elementos que lo superan, pero que no llegan a negarlo, y entre estos elementos el espíritu constituye justamente la piedra que fue desechada por los arquitectos del mundo moderno y que es necesario rescatar.

Una forma de realizar esta reivindicación, creemos, es bajo la figura del héroe que viene a romper los parámetros igualitarios y materialistas, en tanto elevan la condición del hombre a un plano superior y hace de su acción una actividad sacra.

La reivindicación del campeón —y del héroe homérico a través de este— en los llamados «Juegos Olímpicos» son una manera de ir contra el mundo moderno y su concepción del cuerpo. Y esto solo se puede hacer a través del deporte, el cual es capaz de enseñar trabajo en equipo, competencia, jerarquía, honor y excelencia; valores negados por el individualismo igualitario. Pero el deporte debe ser entendido en base a una manera específica de ver el mundo y no como algo en sí mismo, toda acción debe estar encaminada a un fin, y este fin no debe ser otro que la redención del cuerpo heroico en la cultura.

A pesar de que los héroes homéricos no existen en la actualidad, nos permiten aproximarnos al ideal que queremos reconstruir, recordado que el héroe es, ante todo, un eco que permite el cruce de lo humano con lo divino. Bajo la idea de cuerpo que proponemos, primero reivindicamos su sentido trascendente. Luego, con el cuerpo informado por el alma, esperamos salir de una visión que reduce a las personas a máquinas o bestias.

Ahora, es importante aclarar, como consideración final, que esta reivindicación no se puede realizar desde un punto de vista meramente filosófico o religioso. Al contrario, la ejercitación del cuerpo a través del deporte y sus consecuencias —el cuerpo bello— es ante todo una cuestión estética. Y esto es lo único que debe ser rescatado: que nuestros cuerpos sean el medio de transporte de una idea que le molesta a la izquierda, el cuerpo bello.

 
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EL DESCUBRIMIENTO DEL INDIVIDUO