LA DIMENSIÓN EGOÍSTA DE LA CONDICIÓN HUMANA EN FERNANDO VILLEGAS

 

Es un lugar común en el jet set académico nacional el denostar o minusvalorar los aportes intelectuales de quienes no conjugan o no se someten al ritual certificista universitario que acredita, supuestamente, tus conocimientos en diversas áreas del saber. No es sino tras muchos y largos años de trabajo o por la fuerza de la realidad y sus argumentos, que dichos intelectuales se adjudican un lugar en el púlpito y se vuelven interlocutores válidos para la academia o, más bien, para la gente en general. Le pasó en su momento al escritor argentino —para mí el mejor de Hispanoamérica— Jorge Luis Borges; al periodista norteamericano, experto en economía, Henry Hazlitt; al crítico literario chileno Hernán Díaz Arrieta, alias “Alone”, y le ha terminado por pasar a Fernando Villegas. Sin embargo, el sociólogo todavía no se valida del todo, como mencionábamos, al menos en las mentes bien pensantes de la academia universitaria, aquellas que describe propias de:

Los practicantes […] [que] se afanan, hoy, por darle un formato o al menos un barniz científico a su oficio acercándolo lo más posible a los protocolos de las ciencias físico-matemáticas y por tanto hacen un énfasis obsesivo en los llamados [...] "datos duros", en la profusión de cuadros estadísticos, un poco de discreta elaboración matemática para impresionarse a sí mismos […]” (Villegas, 2012: 118).

Imposible validarse, en tanto la hegemonía cultural de la izquierda es poderosa en los círculos académicos de toda laya, tanto a nivel internacional como nacional[1].

Debido a lo anterior, el siguiente escrito busca, a contra corriente, siguiendo el método menos confiable y más irresponsable, en términos del propios Villegas, aquel “[…] que confía más en sus instintos e intuición que en todas las cifras y evidencias materiales del mundo […] el método de los escritores, como lo soy yo mismo” (Villegas, 2012: 205), indagar en la profundidad de sus variopintos libros y hallar orientaciones sobre una dimensión inescapable al ser humano: su primigenio egoísmo ético, aquel apegado a su condición como tal. En ese sentido, principiaremos con algunas breves excursiones sobre la condición humana en tanto experiencia vivida, desde ciertos elementos filosóficos, para pasar, luego, a cómo ella estructura la respuesta o consecuencia obvia que nos guía en nuestras convicciones morales ontológicas más profundas.

En un comienzo, entonces, la vida es el primer estadio de nuestro razonamiento para indagar lo antes mencionado. Volcar la cuestión hacia esta pregunta principal es y será lo fundamental de la filosofía, dirá Albert Camus en El mito de Sísifo (1942). No obstante, aquello, no fue obvio ni fácil conseguir enfocarnos en ella. La verdad sea dicha, para la filosofía y otras ramas del saber, mirar hacia el hombre y su experiencia vital, en tanto pregunta por el sentido de la misma, como ser viviente que experimenta el acontecer, no fue una prioridad hasta el siglo XX[2]. No sin razón, el filósofo alemán Martín Heidegger, desde una perspectiva más ontológica, nos recuerda en Ser y Tiempo (1927) que la pregunta por el Ser no solo fue olvidada, sino que, en su momento, como consecuencia, también se olvidó dirigir esta hacia quién se hace la pregunta, es decir, al ser humano, ese Dasein[3], que está siendo en este instante, aquí y ahora. Por mucho tiempo, ese análisis pasó desapercibido, pero Fernando Villegas no lo obvia. Incluso, coincidiendo con esa noción de colocar las preguntas sobre aquel que pregunta, el hombre mismo y su vida, analiza nuestra condición primera, aquella que entiende:

“[...] llegamos al mundo en plena ignorancia y años después nos vamos igualmente ignorantes, siendo la vida el lapso intermedio durante el cual tampoco entendemos mucho de ninguna cosa, de por qué todo se conjura para apalearnos, lo vivo y lo inanimado, la naturaleza y el prójimo” (Villegas, 2011: 22).

Para Villegas, en consonancia con aquella idea que atestigua el hombre estaría arrojado al mundo, afirma que llegamos así, sin más, sin entender mucho de nada y, sumado a eso, añade —desnudando su veta pesimista al estilo de Schopenhauer, con quien nunca ha negado la evidente influencia— todo se conjura más como obstáculos que como ventajas. En ello se revela la visión más contemporánea de la filosofía, con tintes fenomenológicos, de ver aquello que esté ahí tal como esta se muestre, en tanto pragmatas[4] respecto a nuestra vida: entidades que son para-sí, “algo” en sí mismas, pero que, en vinculación con nosotros y nuestra vida, se vuelven para-nosotros, en sentido sartreano[5]. Son entidades que, independientes, se allegan a nuestra vida en tanto elementos que podemos “utilizar”[6], en la medida de lo posible, a nuestra voluntad. Sin embargo, tal como pudimos atestiguar en la cita, para el sociólogo, un poco exageradamente, todo estaría en nuestra contra, incluso el prójimo. Habría que añadir, en todo caso, que ello se suaviza en otros escritos y se vuelve una mirada más escéptica, planteando la idea de que es necesario aprender, experimentar qué entidades nos son ventajosas y cuáles no, en tanto:

La vida es, en su esencia, HISTÓRICA. "Histórica" no significa la simple obviedad de que todo tiene un pasado, sino que cada instante de HOY es resultado de la floración de las condiciones del momento anterior. La "historia", entonces, no es simplemente el recuento anecdótico de un tiempo que ya no existe, sino lo que está sucediendo AHORA, el incesante proceso de transformaciones de lo que era hacia lo que será” (Villegas, 2016: 68).

Llegamos a la vida ignorantes y nos vamos más o menos igual, pero esta experiencia de vivir, que no es sino histórica, traspasada[7] a nosotros como experiencia de las vidas de otros y que reverbera en cada instante actual, nos permite vivir en consciencia de nuestra dimensión temporal, en relación con todo lo demás. La vida se estructuraría en instantes, momentos que se suceden unos a otros, en definitiva, en razón histórica, la cual, tal como describiría Ortega y Gasset en Historia como sistema (1940), conecta, en tanto consciencia estructural, el pasado con el presente, al punto de ser nosotros, en parte importante, lo que fuimos. 

Ahora, volvamos al principio. Un sujeto individual, una subjetividad andante que aparece en el mundo circundado de elementos que pueden o no servirle, entidades que se resisten a su voluntad o pueden, pacientemente, entregarse a él y que no posee, en principios, ideas claras acerca de qué son ni cómo se presentan ante sí, ¿cómo no ha de referir todo aquello que le acontece, lo que aparece en su horizonte histórico, a sí mismo, a lo que, con suerte, puede plantear como un Yo? El ex panelista de Tolerancia Cero lo refiere de esta manera:

"Hablemos simplemente del egoísmo que es connatural a toda vida consciente, inevitablemente encerrada en el ámbito de sus pensamientos, sus emociones, sus necesidades y deseos [...] ¿cómo podría ser de otro modo? Nada, en ese sentido, deja de estar centrado en su propia existencia […]" (Villegas, 2015: 221).

El ex periodista chileno nos pide pensar en que la referencia a uno mismo es insalvable, en tanto condición ontológica estructural humana. No puede ser de otro modo. El sujeto, en tanto subjetividad, relaciona, construye, enarbola vínculos, relaciones con las demás entidades, con -en el paroxismo de la simplificación- las cosas, con las personas -entidades que eminentemente se le resisten a su voluntad inmediata-, con la otredad en sí misma -lo absoluto o Dios en tanto conjunto de los puntos de vistas, dirá Ortega en El tema de nuestro tiempo (1923)-, en base a como él se posiciona, se plantea ante ese mundo, ante esa circunstancia ajena que no es “Yo”. El egoísmo, en tanto referencia al ego, no solo se podría justificar moralmente en estos términos, sino que no se puede soslayar ontológicamente hablando. Solo por dar un ejemplo, el sociólogo, al analizar la compasión, abunda en que:

En efecto, aun si de la compasión abstraemos el menosprecio, ¿no queda de todos modos un elemento de egoísmo pues nos compadecemos porque imaginamos como propio el dolor ajeno? (...) ¿Acaso no es siempre un ego el que lo expresa y recibe por eso la gratificación de la felicidad?" (Villegas, 2015: 157).

Hemos de advertir, esto no quiere decir que no deba o no suceda que algunos se preocupen por los demás, de manera genuina o, incluso, casi inconscientemente. El punto es que jamás dejamos de referirlo a un Yo, a nuestras propias ideas o creencias acerca de cómo es o debe ser el mundo. Además, para Villegas, de darse el caso, ello conllevaría una renuncia moralmente reprobable a nuestra propia individualidad y amor propio connatural a nuestra condición ontológica:

Podemos y debemos interesarnos en el prójimo, simpatizar con él, tenerle afecto, aceptar sus costumbres, compartir muchas cosas, solidarizar con ellos y todo lo demás, del mismo modo que debe importarnos que ellos se interesen y nos quieran; lo que por ningún motivo debemos permitir es que sus a menudo patéticas ideas acerca del mundo o las que tienen de nosotros nos esclavicen al punto de que ya no seamos capaces de pensar por cuenta propia y nos agobie o exalte su opinión de nuestras personas" (Villegas, 2010: 105-106).

Finalmente, diría el mismo escritor chileno: “Nadie es más ni mejor filántropo que el egoísta inteligente" (Villegas, 2016: 43)[8].

Por supuesto, el problema que tenemos hoy con las generaciones actualmente regidoras de nuestros destinos, no está solo en el olvido de nuestra condición histórica, creyendo ellos haber aprendido todas las lecciones debidas y, por lo mismo, los únicos capaces de encauzar nuestra existencia en la sempiterna justicia:

“[…] A los protagonistas de cada época les resulta imposible o muy difícil aceptar esa realidad porque su presente es al mismo tiempo la vanguardia de la historia humana en ese momento, lo cual los lleva a sentir que son la culminación de dicha historia, su fase más importante, aquella a la que conducía todo el pasado, una conclusión o realización. Es un sentimiento engañoso; es como si el último esfuerzo de una ola, esa línea de agua que ya avanzando a duras penas nos llega solo hasta el tobillo, se creyera y sintiera la realización y capítulo final de la vida del entero océano". (Villegas, 2011: 320).

El error fundamental de estos, insisto, no es solo aquella mencionada, sino, a su vez, la de contrariar nuestra condición humana, olvidando, por un lado, que nuestra subjetividad se desarrolla en un mundo que no nos es inmediatamente, o al menos en alto grado, afín y, por otro, el consciente evitar poner atención a nuestro egoísmo ontológico-estructural inevitable, basados en construcciones moralistas, principios éticos supuestamente aplicables a todo el mundo, en pos de una justicia desinteresada y altruista, pero imposible de aplicar. Villegas señalaría, de manera inigualable:

Lo confieso: ni entonces ni ahora he sido un "principista", la clase de fastidiosa gente que lo mide todo a partir de alguna regla ética general, universal, algo así como los imperativos categóricos de Kant. Si esa gente es consecuente joden a todo el mundo y si son pura boca se comportan como hipócritas, o, si no son ni una cosa ni otra y se mueven por un curso medio, entonces a fin de cuentas son como todos nosotros y mejor sería que se quedaran callados. Para mí primero están los amigos y a quienes debo algo. Es una moral mafiosa si ustedes quieren, pero realista. Sigo la regla del español que decía: "A los amigos, el culo; a los enemigos, por el culo; al resto de la gente, la legislación vigente...” (Villegas, 2011: 250).

En resumen, poniendo atención a Villegas, hemos dado cuenta de la moral connatural al ser humano en su propia condición ontológica: el egoísmo, de preferencia, racional. Cualquier pretensión en contrario solo lleva a asumir culpas ajenas, como aquella a la que nos tiene acostumbrado la interseccionalidad cultural del progresismo, o a desconocer las evidentes razones que nos empujan, de uno u otro modo, a tomar determinadas decisiones éticas. Asumir la realidad no debiera ser un problema y la debida articulación de un discurso o narrativa desde nuestro sector, tampoco tendría que considerar este elemento estructural de nuestra existencia como un infortunio o dimensión enojosa. Estoy convencido que, en la medida que nuestra propuesta tome en consideración esta realidad ontológica -si se quiere, natural- tiene mayores expectativas no solo de no tomar banderas ajenas, sino la de construir un sistema más duradero hacia el futuro. 

Notas al pie de página:

[1] Véase el último libro de Kaiser (2020).

[2] No es que no hubiera algunas propuestas con anterioridad. Se tiende a sindicar a los filósofos Soren Kierkegaard y a Friedrich Nietzsche -danés el primero, alemán el segundo- ser los padres de esta temática más existencialista y vitalista. Para profundizar, véase Bakewell (2016).

[3] Amplia es la discusión en torno al término Dasein. Algunos la igualan con la palabra Existenz que significa “existencia”. La palabra traducida en términos propios es “El que es” o “El que está siendo”. Otros traductores ni siquiera la traducen, como es el caso del profesor y filósofo chileno Jorge Eduardo Rivera. Como se puede ver en este escrito, me sumo a su decisión.

[4] Concepto planteado por el filósofo español José Ortega y Gasset que da la idea cómo se muestran las entidades en el horizonte de nuestra existencia en tanto disponibilidades a nuestra vida. Véase Ortega y Gasset (2010).

[5] Para un análisis más profundo de los términos, véase el Capítulo I de la Segunda Parte de El Ser y la Nada (2011): “Las estructuras inmediatas del para-sí”. Editorial Losada.

[6] Coloco entre comillas el término en tanto es caracterizado por la filosofía contemporánea que refiero a la noción de técnica, modalidad del ser que trastocaría o desvirtuaría a los entes en tanto primera forma de relación con nosotros. Por ello, la palabra no sería la correcta a utilizar, pero vale por ser más clara y explicativa. Para profundizar en cómo se relaciona dicho término con la técnica, véase Acevedo (2014).

[7] De ahí que algunos estudiantes de Ortega y Gasset propusieran la idea de una razón poética que “cuenta y dice”, como eslabón de la constitución de una persona. Véase Zambrano (2016).

[8] Coincidencia innegable con la filósofa rusa Ayn Rand. Véase Rand (2006).

Bibliografía

·         ACEVEDO, J. (2014) Heidegger: Existir en la era técnica. Editorial UDP: Santiago de Chile.

·         BAKEWELL, S. (2016) En el café de los existencialistas. Ariel: Madrid, España.

·         CAMUS, A. (2012) El mito de Sísifo. Alianza Editorial: Madrid, España.

·         HEIDEGGER, M. (2018) Ser y Tiempo. Traducción de Jorge Eduardo Rivera. Editorial Universitaria: Santiago de Chile.

·         KAISER, A. (2020) La Neo Inquisición. Editorial El Mercurio: Santiago de Chile.

·         ORTEGA Y GASSET, J. (1984) Historia como sistema. SARPE: Madrid, España.

·         -------------------------------- (2003) El tema de nuestro tiempo. Espasa-Calpe: Madrid, España.

·         -------------------------------- (2010) El hombre y la gente. Revista de Occidente: Madrid, España.

·         RAND, A. (2006) La virtud del egoísmo. Ediciones Grito Sagrado: Buenos Aires, Argentina.

·         SARTRE, J.P. (2011) El Ser y la Nada. LOSADA: Buenos Aires, Argentina.

·         VILLEGAS, F. (2010) De la felicidad y todo eso... Sudamericana: Santiago de Chile.

·         ------------------- (2011) Memorias de un amnésico. Sudamericana: Santiago de Chile.

·         ------------------- (2012) Apokalypsis. Sudamericana: Santiago de Chile.

·         ------------------- (2015) Del amor y todo eso… Sudamericana: Santiago de Chile.

·         ------------------- (2016) Tsunami. Planeta: Santiago de Chile.

·         ZAMBRANO, M. (2016) Filosofía y Poesía. Fondo de Cultura Económica: México D.F.

 
 
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