SÍNDROME VALPARAÍSO: EL CASO DE SAN BERNARDO

 

Para persona alguna es un misterio lo qué ocurrió con Valparaíso. El puerto, de ser uno de los reductos culturales más importantes del país, actualmente se ha convertido en un vertedero: sus calles huelen a orina -y a otras cosas que no quisiéramos mencionar-; el centro de la ciudad, lugar que dio vida al mundo financiero y bancario de este país, es un estropicio; sus cerros se han visto manchados por lo que se ha llamado “arte del graffiti”, superponiéndose a la tradición muralista que le dio fama; y podríamos mencionar un sinnúmero de otras características, cada una peor que la anterior. Por supuesto, lo que ocurre en dichas tierras no nos es desconocido. Desde el 18-O de 2019 –aunque en el caso de Valparaíso, el asunto viene de mucho más atrás-, otras ciudades se han sumado a la tendencia y hoy muestran una de sus peores caras. Quisiera hablar, precisamente, de una muy importante para mí: San Bernardo.

En el presente ensayo, quisiera hablar de la historia del pueblo e identificar las causas que la han llevado al desastre. San Bernardo era, hasta cierto tiempo, lugar de discusiones profundas; en sus tierras nacieron o vivieron personajes ilustres que daban cátedras inigualables y hoy, qué duda cabe, la ciudad se ha convertido en otro depósito más de estulticia. Lo que otrora fueron glorias indiscutibles, hoy no existen y, en su lugar, como peana de la ciudad, se erigen la hediondez y lacra moral. San Bernardo sufre “El síndrome de Valparaíso”, y mucho del asunto, aunque no todo, por supuesto, pasa por las autoridades que actualmente controlan la comuna, quienes no han querido recuperar lo que antes fue, influenciados por una izquierda decadente que no ha dado tregua. El escrito, entonces, busca dar con las razones que desdibujarían una ciudad que antes fue renombrada, para vislumbrar, luego, algún tipo de solución[1].

Los dos cuartos ajedrezados simbolizan la Batalla de Maipú. En el segundo cuarto, en fondo de oro, tres cerros en verde que representan a los cerros del Chena y en su base tres cintas de plata en fondo de azul que simboliza Tres Acequias, el asentamiento más antiguo del sector. El otro cuarto, en fondo de oro, posee en su centro un árbol y a su pie una loba amamantando a dos cachorros. Este representa el escudo de armas de la familia de Domingo Eyzaguirre. Sobre los cuatro cuartos, en su centro, aparece un escudo rojo con tres estrellas de oro de cinco puntas adornadas con laureles de oro, en homenaje al general O’Higgins y, sobre el escudo, un penacho tricolor. Más arriba, corona el escudo general el mural de oro de las municipalidades de Chile.[2]

Habría que empezar aseverando que San Bernardo no fue cualquier ciudad. Fundada en 1821, el pueblo de San Bernardo se levantó como un premio. Hasta ese entonces, estaba en el poder don Bernardo O’Higgins Riquelme, insigne Director Supremo de la nación, quien pensó debía fundarse una ciudad que sirviera a una doble función: de centinela para proteger a Santiago, la capital, de las andanadas españolas que todavía se fraguaban más al sur y; por otro lado, establecer un lugar de asentamiento para las familias de militares que habían sacrificado su vida y honra por esta patria durante el proceso de Independencia. Además, su fundación respondería a otro fin, todavía más importante: la construcción del canal que uniría los ríos Maipo y Mapocho, labor otorgada a Domingo Eyzaguirre, efectivo fundador de la ciudad, cuya estatua hoy está destrozada, mal cuidada, sufriendo todavía los embates del 18-O. La villa de San Bernardo, nombrada así en honor a O’Higgins y no al místico, (la antigua administración UDI de Nora Cuevas erigió un monumento a la entrada de la ciudad del teólogo San Bernardo de Claraval, como si de él proviniese el nombre) fue reconocida como ciudad oficial allá por 1830, una vez instalados en el poder los pelucones. Mientras duró Eyzaguirre a cargo de la ciudad y del Departamento de Victoria –segmento territorial nombrado así en alusión a la Batalla de Maipú, hecho aludido en el mismo escudo actual de la comuna en comento-, hubo tiempos de gloria. El auge económico en la fabricación de telares y muebles se vio acompañado del incremento en importancia social del pueblo a consecuencia de la llegada de las élites nacionales. Para 1857, había arribado el ferrocarril, y San Bernardo se convertía en lugar de recreo de la clase alta. Grandes fincas aparecerían en los alrededores del centro, y la cultura y las artes verían su apogeo. Personajes ilustres como el educador, Claudio Matte (1858-1956); el profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Chile, Pedro García de la Huerta (1781-1865); o el historiador, Diego Barros Arana (1830-1907), pasaran sus días en la ciudad. Sumado a ello, se instalaría en San Bernardo, la Colonia Tolstoyana, entre 1904 y 1905. Este grupo intelectual tenía el objetivo de poner en práctica la vida en comunidad pregonada por el escritor ruso, León Tolstói. Entre sus integrantes estarían el Premio Nacional de Literatura, Augusto D´Halmar o el poeta Magallanes Moure. A este último se le dedica un memorial cuya inscripción hoy es ilegible a raíz del deterioro y la vejación que sufrió el lugar, en la Plaza de Armas de San Bernardo.

Como se puede observar, el memorial está dañado, sin posibilidades de saber en honor a quién estaría construido.

Lamentablemente, la ciudad no sería la misma entrado el siglo XX. A la instalación del Hospital Parroquial de San Bernardo (1895) y la fundación de la Escuela de Infantería, hecho notable en 1914, les seguría la reestructuración definitiva de la ciudad. Ello coincide con que, a las familias militares instaladas, se les sumaran familias obreras, asociadas a la apertura de la Maestranza de San Bernardo, de propiedad estatal, también en 1914, cerca del Cerro Negro. San Bernardo dejó de ser, entonces, una ciudad de recreo. Las familias más adineradas dejaron de ir y se fueron a veranear a Viña del Mar o Cartagena. Esto, que podría no haber afectado la lógica cultural del lugar, lo hizo, de todos modos, por la sindicalización obrera en aumento y la toma del poder sindical por la izquierda. Sin embargo, cuando el mundo obrero arribó a la ciudad, ello repercutió, primeramente, en oportunidades de aprendizaje y en competencias deportivas. Además de los pabellones establecidos para la reparación de máquinas ferroviarias, se creó la Escuela de Aprendices de la Maestranza, y clubes deportivos como “Maestranza Central de San Bernardo” o “Club Ferroviario de Tennis de San Bernardo”. Con todo, también aparecieron los periódicos y la prensa asociadas a las demandas gremiales, inspiradas en un espíritu izquierdista notable, como es el caso de los periódicos Inquietud, Engranaje y Lucha sindical. A consecuencia de ello, San Bernardo siguió atrayendo gente y se volvió un núcleo industrial importante para el país; no obstante, la confrontación entre la cultura de élite y la del pueblo se produjo de todas maneras. Los barrios asociados a las distintas clases sociales proliferaron y la disyuntiva se volvió normal en la ciudad a raíz de la lucha izquierdista por aumentar su influencia y poder.

Antigua Maestranza de San Bernardo. Fue ocupada progresivamente por el lumpen, hasta que se cerró para evitar mayor deterioro del lugar.

De súbito, como haciendo caso omiso a lo que se producía en lo profundo del tejido social sanbernardino, la alta cultura, símbolo inequívoco de la historia de la ciudad, trató de levantar cabeza. San Bernardo tendrá la extraña cualidad de dejar de ser tierra de literatos, historiadores, militares y empresarios, para convertirse en tierra de filósofos. Jorge Millas (1917-1982) hará sus primeras armas intelectuales en el Liceo de Hombres de San Bernardo, y el filósofo Humberto Giannini, nacido en esta ciudad en 1927, se convertirá en Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 1999. Pero, aun existiendo estas notables excepciones, la cultura seguirá degradándose, para suprimir su nobleza casi del todo, cuando en los 80’ se une San Bernardo con Santiago y se da pie al auge inmobiliario en la comuna. Los pecados de la gran urbe se transportan a la capital del Maipo y la degradación cultural no encuentra atajo, salvo por la intención deliberada de ciertas autoridades por transformar a San Bernardo en un reducto del folklor nacional, comenzando dicha tarea en 1973, gracias al Festival Nacional del Folklore y, tardíamente, vía el Festival de Jazz. La ciudad seguirá, entonces, creciendo, inevitablemente. Amplios sectores de clase media encontrarán habitación en sus tierras, aunque el proceso de inmigración social se frenará para el 18-O de 2019. Ese día, la Plaza de Armas fue el principal foco de desórdenes. Gran cantidad de jóvenes se juntarían en sus pastos para tomar alcohol, fumar, levantar barricadas en las esquinas de la manzana que le da emplazamiento, y destruir mobiliario público. La estatua de Eyzaguirre y el pequeño menhir dedicado al poeta Magallanes Moure se vuelven irreconocibles, la cerámica de la plaza es utilizada como arma contra Carabineros, y los distintos servicios alrededor de la misma son vejados, sin miramientos. Nora Cuevas (UDI), alcalde de entonces, teme lo peor, e intenta enrejar la municipalidad, pero ya es tarde: se lanzan piedras a los vidrios de la fachada. El monumento a O’Higgins también sufre las consecuencias. Lo que sigue serán noches de terror para la ciudad y el día en particular se convertirá en un hito de la degradación moral de San Bernardo. Y, para sorpresa de muchos, el actual alcalde, Christopher White, no ha borrado las llagas de lo ocurrido, sino que las ha conmemorado. Sacó las tardías rejas que se instalaron alrededor de la municipalidad y pintó un mural antiestético, sin gusto, con poca o nula vergüenza, que celebra esa fecha, mientras pinta de morado y rosado diversos puntos de la ciudad, pero sin retocar los destrozos que nos rememoran, una y otra vez, el fatídico hecho.

La estatua de Eyzaguirre, el fundador de la ciudad, hoy se encuentra sin agua, a maltraer, sin mayores cuidados por parte de la municipalidad. Hace tres años estaba aún en peores condiciones.

Entonces, ¿cuáles podrían ser las razones que alimentaron la degradación cultural de la ciudad? ¿Cómo pasa un pueblo cuna de la cultura a un reducto del lumpen más despreciable? ¿De qué modo nos transformamos en una ciudad que dejó los experimentos literarios y la filosofía, y pasamos a ser una mala copia de la destruida Valparaíso? Pues existe una sola respuesta: la izquierda y su influencia cultural.

Déjenme ensayar mi respuesta. En un primer momento, San Bernardo es semillero de la cultura, como queda demostrado en su historia. Militares, literatos, empresarios, todos confluyen en una ciudad que va formando un glorioso pasar. Pareciera que, en un primer momento, había algo qué defender, un sostén cultural que le otorgaba sentido al habitar[3] de San Bernardo. La ciudad tenía importancia nacional a raíz de su defensa de la rica cultura y su posición político- estratégica. No obstante, aquello, comienza el proceso de aumento poblacional de la comuna y empieza la degradación. Obviamente, cabe agregar, este fenómeno de decadencia que advertimos no responde, de buenas a primeras, a ese simple hecho demográfico. La apertura del poder a raíz del proceso de democratización que se vive durante el siglo XX y la relativa industrialización nacional traen consigo el crecimiento de la ciudad, pero quien toma las riendas de ese proceso es la izquierda. Son ellos quienes, en su vertiente comunista y socialista, se toman el poder de los sindicatos y organizaciones obreras que hacen nido en la ciudad. Y detrás del comunismo y socialismo existe una sospecha cultural. El siglo XIX será fructífero culturalmente y, sin embargo, se presume no es la cultura de las masas avenidas al poder. Hemos de recordar que Marx denuncia la cultura de las élites como una superestructura que se construye sobre la base de las relaciones sociales de producción: el derecho a la propiedad, la libertad, la defensa de la vida, son valores que se sustentan sobre la dominación que la clase burguesa ejerce sobre la clase obrera. En la medida que el supuesto proletariado adopta estas ideas marxistas, toda la cultura de San Bernardo es sospechosa de fascista, especialmente su arraigado militarismo y las costumbres de la clase alta, devenida en burguesía. ¿Qué le importa a la izquierda que José Joaquín Pérez, primer presidente liberal, tuviera residencia en la ciudad, específicamente en La Rinconada de Chena? ¿Acaso alguna vez importó que uno de los grandes y monumentales historiadores del país, como fue Barros Arana, pasara sus últimos días en la ciudad? ¡Qué importa! ¡Son todos “fachos”! Como diría el filósofo francés, Paul Ricoeur, Marx es uno de los filósofos de la sospecha, y su entramado intelectual, sus ideas, exudan miradas esquivas y ojos entre cerrados.

El autor de la monumental “Historia General de Chile”, Diego Barros Arana, fue uno de los tantos pensadores e intelectuales que vivieron en San Bernardo. Hoy no hay memorial o estatua que recuerde su presencia en la ciudad.

Pero, además de asentarse las ideas marxistas a raíz de la llegada de obreros a San Bernardo, se suma a este fenómeno la masificación de la cultura como consecuencia del proceso de modernización capitalista. Como diría el filósofo español, José Ortega y Gasset, el mercado trae consigo la ampliación de la calidad de vida, el crecimiento material de la población, pero, en ese proceso, las generaciones venideras asumirían la riqueza alcanzada como imperecedera, espontánea, natural, inmanente, a fin de cuentas. Es decir, para las generaciones que nacieron dentro del proceso de modernización, el nivel de vida alcanzado no implica esfuerzo alguno: en sus mentes infantiles, la riqueza siempre ha estado ahí. De este modo, sus preocupaciones están más allá de lo material. Lo medioambiental, el papel o roles de los géneros, las minorías indígenas oprimidas, todos son temas más relevantes que la conservación del nivel de vida. Incluso, asumen una atrofia moral de las generaciones anteriores, quienes serían los culpables directos de estos problemas que tanto les incumben. Así, generaciones enteras, a la deriva, sin norte fijo ni canon moral (porque asumir uno es reprimirse, es heteronormatividad), levantando las banderas de la subjetividad total, donde todo es válido y se vive la libertad “de a de veras”, asumen el control social, en razón del porfiado tiempo y de nuestra quietud política, aunque sin saber mucho qué hacer con él. Y, a pesar de esto, están llenos de críticas y enjuiciamientos morales: no poseen una claridad conceptual de su propia moral, son innobles, diría el mismo filósofo español, pero se atreven a convertir su degradación moral en norma aplicable a la humanidad toda. Los hijos, en definitiva, de ese crecimiento material también se tomaron San Bernardo. La oleada migratoria de la clase media y su descendencia -llena de vacío moral y rabia suicida- a diversos conjuntos habitacionales que proliferaron durante la época, terminó por transformar la ciudad e instaló la incultura de las mass media, entregándose a los sistemas deconstructivos de la izquierda postmarxista, quienes, por supuesto, controlan dichos medios. Por lo mismo, esa juventud se siente con la capacidad de imponer sus modos, su vulgaridad, y todo lo que huela a pasado glorioso, a historia, debe erradicarse. En consonancia, la fachada de la municipalidad reboza de simbolismos, de gestos hacia el último golpe que intentó la izquierda deslavada posmoderna el 18-O, porque es el hito que marca la deconstrucción de la historia de la ciudad: cada una de sus esquinas intenta recobrarse y, sin embargo, el alcalde las cubre de color rosado y morado, sin recubrir, por ello, las huellas dolorosas e indelebles que dejó la insurrección. Todo rincón de San Bernardo que marcaba esa historia gloriosa quedó a la deriva, sujeta al escrutinio de las masas ignorantes y termocéfalas de izquierda, mientras la autoridad local hace caso omiso a intentar recobrar esa riqueza histórica. Hoy la Plaza de Armas de la ciudad es el signo más evidente de ese proceso deconstructivo: nadie ya se acuerda de la estatua de Domingo Eyzaguirre, rayada hasta decir basta. No hay persona que pueda identificar el memorial al poeta Magallanes Moure. Solo por milagro se salvó la Catedral y la Casa de la Cultura, antigua residencia del empresario y político, Pedro García de la Huerta. Los orcos lo destruyeron todo. Es cosa de pasearse por la ciudad. Y todo responde a que el objetivo principal deconstruccionista es que la historia comience de nuevo. El proceso deconstructivo busca siempre derruir la historia compartida y reemplazarla con nuevos hitos, a partir de un punto “0” que dé cabida al nuevo proceso de significación histórica. El mural pintado por el alcalde a lo largo de toda la fachada de la municipalidad es el punto cero de nuestra nueva y deleznable memoria: una de sincera ignominia, embadurnada de supuesto renacer democrático.

Nótese las banderas LGTBIQ+, la bandera mapuche y la alusión a una “Nueva Constitución”, que ya fue borrada por orden de Contraloría. La municipalidad se une a los cánticos de sirena de la izquierda. Es la nueva historia.

El paso bajo nivel del sector “5 Pinos” es otro que se ha dedicado a la celebración de la insurrección y a Fabiola Campillai, hoy senadora de la República.

Todavía, aunque no se crea, cabría otro argumento del deterioro de la ciudad, y no quisiera dejarlo pasar: la desidia de la derecha. Como ya he relatado, a finales del siglo XIX, la alta clase social se fue desperdigando por otros lugares, en vez de quedarse en San Bernardo. La llegada de la estación de ferrocarril en 1857 mejoró la interconectividad con Santiago y ello permitió el progresivo asentamiento de la alta sociedad en la ciudad. Sin embargo, el arribo masivo de familias obreras a raíz de la construcción de la maestranza y la apertura de la Gran Avenida en 1930, provocó la huida declarada de aquellas familias de alta prosapia a otros asentamientos. Y aunque no se quiera, estas familias eran, precisamente, las que estaban llamadas a defender el ideario de la derecha. La cultura de nuestro sector es la del siglo XIX, la de una profundidad ideológica inigualable, la que divagaba sobre cuánto Estado debía haber, cuál era el margen de las libertades, la que instaló y apuntaló, en definitiva, la institucionalidad de este país. El diálogo fructífero entre conservadores y liberales que caracterizó al siglo es la discusión intestina en el seno de una sola cosmovisión política: la derecha. Y en vez de propagar sus ideas, en vez de ocupar los espacios que la democratización iba dejando, sumando a otros actores sociales al ideario, dichas familias se fueron. Arrancaron del encuentro con las otras clases sociales, se aislaron. Forjaron otros reductos, escaparon a los faldeos cordilleranos, a otros balnearios. Y mientras eso ocurría, la izquierda se tomaba el poder. No otra lectura puede tener la llegada final de Allende a La Moneda en 1970 y, en particular, la decadencia cultural de San Bernardo hasta hoy.

En conclusión, el único culpable de la decadencia cultural de la que hace gala San Bernardo es de la izquierda, aunque la derecha fue su declarada cómplice. El marxismo y postmarxismo, aprovechando la masificación y los procesos de democratización, hicieron de las suyas en un pueblo hoy destruido, ignorante y patético. ¿Qué nos queda entonces? Parece que solo luchar. Hace tiempo se están juntando personas que miran el espectáculo y ya no lo soportan más. San Bernardo no puede seguir así. Pero, hay que ser sinceros, esto es una lucha cultural. Debemos trabajar en conjunto con las localidades, sumar al trabajador medio, al ciudadano san bernardino que recuerda las glorias de una ciudad otrora gloriosa. Trabajar en las escuelas, centros de estudios, hospitales, centros médicos, juntas de vecinos. Es una labor ardua, pero que se debe dar, so pena de perder la ciudad para siempre. El síndrome “Valparaíso” no puede seguir infectando Chile ni tampoco la comuna. Y, sin ninguna duda, cabe responsabilidad, aunque no completa, por cierto, del alcalde White. Por consiguiente, con él no podemos contar, puesto que es uno de los principales gestores de la permanencia del mal recuerdo del 18-O. Cualquier campaña que se haga o elabore, debe ser al margen de la autoridad local. El motor debe ser, como siempre, la sociedad civil, tal como fue durante todo el siglo XIX. Finalmente, es recuperando esta historia que acabo de contar que podemos retomar el vuelo. Les pido me acompañen en la cruzada.                      

Notas al pie de página:

[1] Cualquier referencia histórica de la cual pueda conservarse dudas, pueden ser aclaradas en el sitio http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-584996.html

[2] https://www.servicioweb.cl/Historias-de-San-Bernardo/el-escudo-de-san-bernardo.htm

[3] Recuérdese la lógica del “habitar” en Heidegger. Cualquiera se asienta en un lugar, pero no habita. Quien habita “echa raíces”, otorga sentido a su existencia en ese lugar, genera un vínculo con él.

 
 
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