FEMINISMO HETERÓCLITO Y MULTIFORME

 

Artículo publicado originalmente en critica.cl

El movimiento sedicente feminista que, imitando al movimiento estudiantil de 2011, ocupa varias universidades y liceos de Santiago y algunos villorrios de Chile no está fundado en ideas, sino en un sentimiento visceral: por esto resulta fútil tratar de entenderlo o de describirlo en términos intelectuales (como hizo recientemente la Fundación Jaime Guzmán). Este no es un movimiento intelectual o ideológico, sino fisiológico. No obstante este carácter eminentemente físico, el progresismo está tratando de obtener la mayor rentabilidad política que pueda desde el movimiento.

Hay varios aspectos del movimiento que me resultan dignos de discutir: el central es su carácter visceral, pero también está la indefinición y confusión que existe con respecto a qué persigue el movimiento y con respecto a qué es el feminismo. Estas consideraciones darán lugar a que compare el movimiento feminazi actual con las Bacantes, de Eurípides, y a que bautice como «feminazi» al movimiento en virtud de sus intenciones fascistas.

Un movimiento fisiológico

El 1ro de junio, el Consorcio de Universidades Estatales publicó una rendición ante el «movimiento feminista», interponiendo una sola condición: que los campi universitarios sean desocupados y que las actividades académicas no sean interrumpidas. El Consorcio afirma que hay «unanimidad» con respecto a las demandas del movimiento y considera, por ende, innecesario que haya tomas y paros para exigir el cumplimiento de las demandas. Esta observación del Consorcio yerra dos veces: 1ro, porque no comprende la inmediatez con la que los feminazis exigen la satisfacción de sus exigencias y 2do, porque tampoco comprende que las tomas y paros actuales no tienen un fin racional ni forman parte de una estrategia. El hecho mismo de que las demandas sean exigidas con carácter inmediato da cuenta de que estas demandas no son realistas: es físicamente imposible cumplir con lo que el movimiento exige de un día para otro, pero el movimiento lo pide con estas condiciones sin que le importe la imposibilidad de lo que pide. Esto es un berrinche, no un movimiento.

La observación del Consorcio yerra una 3ra vez cuando afirma que hay unanimidad sobre la necesidad de satisfacer las demandas del movimiento. En primer lugar, estas demandas no son racionales y son contradictorias entre sí. En segundo lugar, hay muchas personas que se oponen al movimiento, de modo que no existe la presunta «unanimidad» a la que alude el Consorcio. Para complementar el primer punto, cabe decir que las demandas del movimiento son más una formalidad que una expresión sincera de lo que este espera conseguir: las demandas existen porque se supone que todos los movimientos tienen demandas concretas para las autoridades, pero este movimiento no está inspirado de verdad en estas demandas, sino que en el deseo visceral de gritar y patalear. Por esta razón es que las demandas no son racionales y, más aún, tienen contradicciones internas: porque el movimiento no es más que un ataque de histeria colectivo, un griterío estridente y molesto, una bandada de cacatúas.

Demandas sin sentido

¿Cuáles son, entonces, estas demandas? Al revisar, por ejemplo, la respuesta a las demandas en el caso de la Universidad Austral de Chile, uno se da cuenta de que estas se clasifican en tres categorías: 1) demandas de lo irracional [1e 2b 2c 3b 3c 3d 3e 4a], 2) demandas de lo imposible [1a 1c 1h 1i] y 3) demandas de lo que ya está dado [1b 1d 1f 1g 2a 3a].

Entre las demandas de lo irracional, 3e exige que los profesores sean obligados a utilizar un «lenguaje» (léxico) no sexista. La respuesta deja en evidencia que Óscar Galindo, rector, no entiende lo mismo que los feminazis cuando se habla de «sexista». 3e constituye una demanda irracional, por cuanto se funda en un supuesto desmentido por la propia Real Academia de la Lengua, y significa, además, una amenaza para la libertad de cátedra.

Entre las demandas de lo imposible, la demanda 1i exige que los miembros académicos, funcionarios y alumnos de la Comisión de Acoso, Violencia y Discriminación sean electos por otros de su misma índole en lugar de que sean designados por el Consejo Académico. Resulta que esta forma de componer la comisión forma parte de un mecanismo que no puede ser modificado en virtud de una exigencia (definida por los mismos solicitantes como «de corto plazo») de cualquier orden: existen procedimientos específicos para instituir y componer los órganos institucionales y resulta que estas normas deben ser observadas para que las instituciones sigan siendo instituciones y no se transformen en el rancho de un grupo familiar o mafioso.

Entre las demandas de lo que ya está dado, la demanda 1b exige que los «directivos» denuncien cualquier situación que competa a las Comisiones de Acoso, Violencia y Discriminación. Ante esto, el rector Galindo recuerda que esta obligación ya está contemplada en las normas de la propia Universidad Austral de Chile.

Delincuencia y «machismo»

Una declaración común entre los feminazis es que todas las mujeres han sido víctimas de violencia o acoso machista en algún momento de sus vidas. Les haría bien pensar en que, de hecho, todas las personas hemos sido víctimas de la delincuencia en algún minuto de nuestras vidas. Definitivamente, los feminazis están confundiendo machismo con delincuencia. Como tienen un discurso memorizado, responden que la violencia contra la mujer es una cuestión histórica fundada en la hegemonía del hombre en la sociedad. Pero esta afirmación es falsa: no es más que un lema que suena bien, pero no tiene sustento en la realidad. ¿Quién ha dominado las relaciones sociales a lo largo de la historia? En aquellos espacios donde los individuos no se mueven con libertad, ha sido la mafia o el gobierno: no los hombres ni las mujeres. Decir que estos grupos están integrados, en su mayoría, por hombres, no hace que el asunto se vuelva sexista: solamente revela que el feminazi no comprende que el dominio de las relaciones sociales no tiene que ver con el sexo de una persona. Por otra parte, el feminazi no se pregunta por qué alguien debería dominar las relaciones sociales: su lógica parece tender más hacia un reemplazo de quien él piensa que domina por otro que él prefiere; no tiene en mente la posibilidad de que la explotación o el abuso de poder llegue a su fin.

De vez en cuando, los sectores progresistas critican a los canales de televisión por reportar asaltos y robos: los acusan de crear una sensación de inseguridad que no se funda en los hechos reales. Ahora, no obstante, estos mismos progresistas han devenido feminazis que denuncian una presunta ola de machismo desatado y que la manera de detenerlo es la misma que se propone para los proyectos anti-delincuencia a los que ellos se oponen, pero con la palabra «machismo» ahí donde antes decía «delincuencia». Esta es la magia del cálculo político, naturalmente: el progresismo considera que puede obtener rentabilidad de este movimiento. El gobierno de Piñera se ha sumado, como de costumbre, a la corriente progresista.

Entonces, si la prensa reporta una sensación de inseguridad ciudadana, el progresismo acusa que existe una «campaña del terror». Pero, si los feminazis dicen que resulta necesario detener el machismo (un eufemismo para delitos y crímenes cuyas víctimas son mujeres), entonces resulta absolutamente necesario legislar al respecto. Esta inconsecuencia es producto del cálculo político, pero contraerá efectos negativos para los mismos que impulsan tales medidas.

Porque son mujeres

Una de las declaraciones favoritas del movimiento feminazi es que las mujeres son agredidas a causa de que son mujeres. Por ejemplo, si un hombre descubre una infidelidad de su esposa y la mata después de haber descubierto la infidelidad, los feminazis afirman que este hombre mató a la mujer a causa de que ella era mujer: no porque él se haya sentido celoso. El problema con esta afirmación se revela en al menos dos pasos: 1) no es posible leer la mente del agresor y 2) el feminazi no admite la conmutación del hombre por una mujer en esta ecuación.

Asumir que una persona tiene una intención siempre resulta arriesgado. Por ejemplo, yo tiendo a creer que los feminazis tienen la intención imponer reglas arbitrarias tanto en las universidades cuanto en el país completo, pero admito que puedo estar equivocado. ¿Por qué razón estaría equivocado en cuanto a esto? Porque los mismos feminazis me han de responder diciendo que, en realidad, ellos persiguen mayor seguridad y mayor igualdad para las mujeres, lo cual es claramente distinto de lo que dije (aun cuando lo implica). Ellos, no obstante, rechazan la posibilidad de que estén equivocados en cuanto a las intenciones de los hombres (y solo los hombres) que han agredido a alguna mujer y afirman que conocen la intención oculta en la conciencia de este hombre.

Por otra parte, el feminazi no admite que esta misma lógica se aplique en el caso opuesto. De manera que, si una mujer mata a su marido después de conocer una infidelidad de este, entonces lo correcto será afirmar que ella lo mató por celos: de ninguna manera podría haber ocurrido que ella lo matase por ser hombre. En cambio, en el caso del hombre que mata a su esposa, el cien por ciento de los casos se explica por machismo, esto es, que él la mató a ella porque era mujer. Y, en los casos de parejas homosexuales, los asesinatos relacionados con infidelidades también se deberán siempre y sin excepción a los celos. No sé si hace falta que explique por qué la lógica feminazi carece de sentido. Más bien, la pregunta debería ser cómo es posible que haya personas que crean honestamente en estos mantras.

Entonces, el feminazi ha llegado a la conclusión incluso antes de observar la realidad o de reflexionar con respecto a ella. Más aún, le da lo mismo la realidad: él quiere afirmar que las agresiones de hombres contra mujeres se deben a que estas son mujeres. ¿Qué importa si no hay evidencia o, incluso peor, si existe evidencia en contra de esta afirmación? Para el feminazi, la consigna está por encima de los hechos y ha de ser defendida incluso en contra de estos.

Son feminazis

Cuando los feminazis aprueban que los piropos sean sancionados están evidenciando su espíritu fascista: consideran que la moral y las buenas costumbres importan más que la libertad de expresión. Tanto como para que el aparato estatal intervenga en la relación de las personas involucradas. Un piropo no atenta contra el principio de no agresión, pero sí podría atentar contra el principio de reciprocidad. El asunto es que las transgresiones al principio de reciprocidad no deben ser materia de ley, sino que han de ser resueltas en el ámbito privado: como una infidelidad entre pololos. Estas infidelidades contraen más sufrimiento y estrés que un piropo, pero no deben estar reguladas: ¿por qué los piropos sí?

Los feminazis han reaccionado con indignación ante este apropiado nombre, puesto que no se consideran a sí mismos como fascistas. Pero el hecho es que, si pretenden regular con normas públicas las transgresiones al principio de reciprocidad, por supuesto que son fascistas: solo el fascismo pretende darle tanto poder al Estado como para que intervenga incluso en la vida privada de las personas.

Los piropos

Los feminazis reclaman que los piropos no son un ejercicio de libre expresión por algunas de las siguientes razones: que no son consentidos, que son innecesarios, que «objetivizan», que constituyen acoso, etc. Bueno, en Chile hemos conocido por años las «funas» (conocidas en el resto del Cono Sur como «escraches») y los progresistas nunca pusieron en duda que ellas estén protegidas por la libertad de expresión. Estructuralmente, una funa resulta similar al piropo: se trata de una opinión pública no consensuada e innecesaria que deshumaniza y constituye acoso. Debemos admitir, no obstante, que estos dos últimos rasgos son variables en el caso del piropo, pero constantes en el caso de la funa. Algunos feminazis aluden al temor que inspiran los piropos: ciertamente, las funas inspiran temor, pero los piropos pueden hacerlo o no hacerlo (se trata de un rasgo variable para ellos). Haciendo un examen rápido, parece que las funas son mucho más amenazantes que los piropos. Sin embargo, no existe ningún movimiento social contra ellas porque los progresistas no las tienen en su agenda prohibicionista. Más bien, las tienen en su caja de herramientas: así lo hemos visto en las charlas frustradas de José Antonio Kast o Gian de Biase.

Este punto sirve para argumentar que el movimiento feminazi no persigue metas coherentes, sino arbitrarias. En efecto, la regulación de los piropos podrá utilizarse en el futuro como un arma en contra de los feminazis que ejecuten funas contra los oradores que no sean de su gusto. ¿Y por qué los feminazis son tan entusiastas en levantar el cañón que echará abajo su propia fortaleza? Por ignorancia, en parte, y por afán destructivo también: ese impulso «necrófilo» que describe Erich Fromm en El Corazón del Hombre.

Las Bacantes

En su famosa tragedia, Eurípides muestra cómo las mujeres de Tebas han salido de la ciudad para rendirle culto a Dioniso por medio de prácticas salvajes. Penteo, el joven rey, se prepara para traerlas de vuelta cuando se encuentra con los ancianos Cadmo y Tiresias vestidos ridículamente: habían decidido unirse a las bacantes y rendir culto a Dioniso. Esta situación se asemeja a la del actual movimiento feminista: los feminazis han abandonado sus hogares para tomarse los campi universitarios, los ancianos rectores han publicado su rendición incondicional ante ellos y algunas voces de conservadores o liberales aislados han censurado la actuación de los feminazis. El paralelismo resulta cómico, pero sumamente inexacto. Para empezar, no hay un Dioniso acá que inspire el frenesí: ni los feminazis ni los rectores han recibido la inspiración del dios para conducir sus demandas o sus capitulaciones. En cambio, los feminazis se dejan llevar por un instinto y los rectores están tratando de aplacar una fiera. Es verdad que quien no convive con los otros hombres en la polis es una bestia o un dios y, en este caso, los feminazis han demostrado suficientemente que no son inmortales. Por otra parte, Cadmo y Tiresias están guiados por la sensatez de someterse al poder divino, mientras que los rectores solamente se están ajustando a la orden del día y quieren obtener rentabilidad política.

El feminismo al día

Como apunté arriba, el movimiento feminazi no se caracteriza por una coherencia ideológica (ni lógica). Pero sí podría compararse con el mundo de la moda: se trata de una tendencia atractiva que acapara el interés de algunas personas y la influencia de estas personas sobre las opiniones de otras le dan impulso al éxito del fenómeno. El éxito de la moda tiene, sin duda, un hondo impacto en las políticas públicas: los magistrados, en general, se dejan llevar por los movimientos estacionales para conseguir votos y financiamiento, sin importar cuáles sean las consecuencias de sus decisiones en el largo plazo. Debido a la dificultad para predecir este tipo de tendencia, me atrevería a compararla con las variaciones bursátiles. Intuyo, además, que en ambos escenarios las emociones juegan un papel importante.

El carácter errático del movimiento en cuanto a la coherencia de sus ideas, el absurdo de sus demandas y el sinsentido de su estrategia coinciden con el diagnóstico de que este movimiento es una moda y no el fruto de una convicción racional.

Lenguaje inclusivo

Los feminazis afirman que la morfología del castellano es el reflejo de una estructura social que pone a las mujeres en una situación de desventaja en relación con los hombres. Este es un caso de conclusión apresurada: una práctica lamentablemente habitual en el área de sociología. Por ejemplo, afirman que el hablante debe decir «los y las asistentes» (o incluso «les asistentes») para referirse a un público, aun cuando la RAE ha aclarado que basta con el artículo de género gramatical masculino para referirse a personas de ambos sexos. ¿Qué ocurre aquí entonces? Ocurre lo mismo que cuando un niño dice «yo sabo» en lugar de «yo sé»: se trata de un hablante incompetente que aplica la lógica natural a la morfología de la lengua. La lengua, no obstante, se caracteriza por ser arbitraria: su forma de ser no puede reducirse a reglas puramente mecánicas, sino que es el fruto de miles de interacciones y de preferencias insondables. Los feminazis, entonces, incurren en lo que se llama «ultracorrección». Pero, en lugar de admitir que están cometiendo un atentado contra la norma lingüística, han decidido tratar de cambiarla: quieren que ya no digamos «yo sé», sino que digamos «yo sabo». Este no sería un problema, ciertamente, si no estuviesen proponiendo que las autoridades académicas y políticas impongan obligaciones sobre todos para que se adecuen a esta aberración de la gramática.

Esta ultracorrección obligatoria mezcla dos características de los feminazis: la ignorancia y el fascismo. Se trata de una amenaza directa contra la libertad individual y debería ser contestada de forma clara por quienes creemos en ella: la norma lingüística es una convención, no una ley ni un reglamento fijado para siempre.

El patriarcado

Los feminazis afirman que existe una estructura social que oprime a las mujeres y beneficia a los hombres. Se trata, tal como en la premisa del lenguaje inclusivo, de una conclusión apresurada. Ellos respaldan esta conclusión con datos aislados e inorgánicos, los cuales pueden ser fácilmente desmentidos o neutralizados. No obstante la evidente invalidez del respaldo, insisten en sostener que tal estructura de opresión existe realmente.

Los feminazis claman con vehemencia, por ejemplo, que existe una «brecha salarial» entre hombres y mujeres, pero Thomas Sowell (y otros) ha demostrado suficientemente que la brecha es ilusoria. Uno puede decir, incluso, que la brecha es construida: porque ella no existe en el mundo real (entre un hombre y una mujer con el mismo cargo en una misma empresa), sino que aparece solo después de calcular promedios sectoriales o regionales.

Aparte de errada, la propuesta de que existe un patriarcado que beneficia a los hombres y perjudica a las mujeres resulta simplista: no en el sentido de que explique con sencillez un fenómeno complejo, sino en el sentido de que minimiza la realidad. De manera que resulta necesario rechazarla por la misma razón que Lévi-Strauss rechaza el psicoanálisis, pues se trata de una «dialéctica que gana a todo trance».

Machete al machote

En las marchas y en los testimonios escritos que dejan, los feminazis utilizan expresiones como «machete al machote» y «aborta al macho». Estas significan, en un nivel literal, que las mujeres deberían aniquilar físicamente a los hombres (nacidos o por nacer). Los feminazis se apuran en aclarar que este significado es metafórico, no obstante: la amenaza está dirigida al patriarcado (el sistema opresor) y no a los hombres de carne y hueso. Si uno les explica que la teórica feminista Julie Bindel propone seriamente que los hombres sean encerrados en campos de concentración, los feminazis contestan que ella no es feminista: esta afirmación, por cierto, crea muchos más problemas que los que resuelve.

Si las feminazis quieren derribar el patriarcado —como afirman— y esto beneficia tanto a hombres cuanto a mujeres, ¿por qué resulta apropiado utilizar una metáfora que amenaza físicamente a los hombres? No tiene mucho sentido, por cierto. Tanto menos sentido hace esta interpretación cuanto los propios feminazis consideran inaceptables los piropos o lo que ellos consideran «lenguaje sexista» (queriendo decir «léxico» ahí donde dicen «lenguaje»): como el uso del verbo «conquistar» para referirse a la interacción amorosa. Este uso, no obstante, solo será considerado sexista cuando un hombre sea el agente. La contradicción, como vemos, es múltiple e insuperable: exige un sinceramiento del feminazi que la sostiene en el sentido de que admita que está abusando de esta herramienta poética (la metáfora). Así que no les podemos creer a los feminazis cuando afirman que una expresión es metafórica si no aceptan que otras equivalentes también lo son.

Violencia simbólica

La violencia simbólica había sido propuesta por los progresistas hace tiempo: funciona de la misma manera que la propuesta del «patriarcado». Se supone que el sufrimiento de las personas, aun cuando no sea causado directamente por ninguna otra, es una forma de violencia estructural (del sistema social) contra ellas. Como de costumbre, encontramos una enorme contradicción: los progresistas no reconocen que el sufrimiento de quienes viven en regímenes socialistas se deba al sistema social impuesto por los políticos en esos países. De manera idéntica, los feminazis afirman que el patriarcado ejerce una violencia simbólica contra hombres y mujeres y les causa sufrimiento. La manera de remediarlo sería imponer un sistema social que evite el tipo específico de sufrimiento que causa el patriarcado (aun si produce otro tipo de sufrimiento «colateral»). La imposición de tal sistema admite (tal como lo hace para los progresistas) la instrumentalización de las estructuras democráticas y la utilización de la fuerza física: una causa tan justa no puede permitirse que no se imponga sobre todo el mundo, de acuerdo con la lógica feminazi.

Tal como ocurre con los progresistas, los feminazis terminan acudiendo a la violencia real para castigar a quienes consideran responsables de la violencia simbólica o a quienes la defienden o incluso a quienes no la condenan. Esta conducta revela, por cierto, que los feminazis parecen tener mucha confianza en la violencia real, aun cuando afirman que esta no es tan grave como la violencia simbólica. Esta afirmación de que la violencia real no es tan grave como la violencia simbólica es utilizada a menudo por los progresistas para atenuar los robos y asaltos sufridos por personas adineradas: intuyo, sin embargo, que los feminazis no estarán de acuerdo cuando se trata de las violaciones y feminicidios.

Por otra parte, los feminazis acuden constantemente a los casos de violencia, abuso y homicidio contra mujeres para justificar la lucha contra el patriarcado. Al utilizar esta retórica, no obstante, parece que la relación jerárquica entre violencia real y violencia simbólica se ha difuminado. Para entenderlo bien, podemos interpretar que los feminazis consideran que tanto la violencia real cuanto la violencia simbólica son un efecto del patriarcado. Otra vez, nos encontramos con una conclusión apresurada. En este caso, el sufrimiento de las personas sí podría deberse, en muchos casos, al orden social en el que vivimos; pero no a causa de que no haya suficiente intervención, sino a causa de que hay una intervención excesiva. En efecto, la intervención del Estado (con regulaciones e impuestos) causa catástrofes como las muertes incontables en el SENAME y otras tantas en el sistema de salud público gracias a las listas de espera.

Los feminazis, en imitación de los progresistas, hacen diagnósticos equivocados y proponen soluciones erróneas: tienen una fórmula mágica para crear un desastre ahí donde no hace falta intervenir de ninguna manera.

Los límites del feminismo

Muchos feminazis afirman que el feminismo busca la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Pero su comportamiento no coincide con esta declaración, por cuanto sostienen tomas y paros en circunstancias que la igualdad jurídica de hombres y mujeres ya está garantizada y se vive día a día. Además, existen interpretaciones divergentes con respecto a la igualdad perseguida por el feminismo. Algunos sostienen que esta igualdad ya ha sido alcanzada, pero otros afirman que todavía hace falta dar algunos pasos para conseguirla. Concretamente, estos sostienen que existen diferencias en las condiciones de vida de hombres y mujeres, las cuales deben ser corregidas por medio de la legislación. Hay otros, incluso, que admiten una serie de diferencias insalvables entre hombres y mujeres, las cuales demandan un emparejamiento de las condiciones para ambos también a través de la legislación. Julie Bindel, por último, considera que solamente confinando los hombres en zoológicos sería posible conseguir sociedades pacíficas y desarrolladas.

Ante estas posibilidades, resulta difícil trazar una línea. ¿Hay que trazarla, de hecho? Algunos feminazis niegan que Julie Bindel sea feminista. Pero esta negación se parece a la que hace Pedro con respecto a Jesús: no es honesta, sino que se funda en un cálculo de la conveniencia inmediata. Yo me inclino a pensar que el feminismo abarca todos los espectros que describí, puesto que todos se atienen (pasando por la cabriolas argumentativas necesarias) a la meta declarada del feminismo.

De esta manera, los feminazis asumen que 1) no existe igualdad entre hombres y mujeres y 2) existen diferencias insalvables entre hombres y mujeres que inclinan las relaciones de poder en favor de aquellos y en desmedro de estas. En consecuencia, la manera adecuada de conseguir la igualdad no es otorgando las mismas oportunidades, sino asegurando que las mujeres podrán conseguir tanto como los hombres incluso si son menos competentes que ellos. Así es como queda justificada la proposición de Julie Bindel y el lema «machete al machote» y también, por cierto, el sobrenombre de «feminazis» que yo utilizo aquí.

La reacción de Piñera

El presidente de Chile, un orgulloso progresista, acogió la demanda feminazi por mayor igualdad entre hombres y mujeres y anunció que los planes de salud privados ofrecidos a hombres subirían de precio para acortar la brecha que existe entre estos y los planes ofrecidos a mujeres. En la actualidad, con todas las distorsiones que provoca la intervención del Estado sobre el mercado de la salud, los precios de los planes de salud siguen reflejando parcialmente el mundo real y, por ende, son más caros para las mujeres jóvenes (18-29) y adultas (30-65) que para los hombres de estos mismos rangos etarios. La exigencia de una mayor igualdad implica que alguien pague esta diferencia que se pretende cubrir: los precios no varían por arte de magia y la vecina no va a vender el kilo de pan a quinientos cuando el precio real es de mil. Teniendo clara esta situación y siendo un progresista pragmático, el presidente propuso que la diferencia sea pagada por los cotizantes de sexo masculino. Los feminazis han reaccionado con indignación y con burla a causa de que no entienden economía o, si acaso la entienden, porque no se aplicó la medida específica que ellos esperaban, a saber, que las ISAPREs redujeran el precio de los planes de las mujeres y asumieran el costo de esta reducción. Una operación como esta haría poco rentables las ISAPREs y, por ende, poco atractivas, lo cual conduciría a una reducción del mercado y a un aumento de todos los precios. Si el gobierno verdaderamente hubiese propuesto esta alternativa, las ISAPREs se habrían visto en la obligación de elevar los precios de todos los planes para cubrir la diferencia, haciendo que cotizantes tanto hombres cuanto mujeres la cubrieren. El gobierno previó este escenario (obvio para cualquier graduado de enseñanza media) y decidió que solamente los hombres reciban la carga. A las feminazis les parece injusto, pero para cualquier persona racional se trata del descubrimiento del agua tibia: igualar los precios de productos distintos implica que alguien (si no todos) deberá pagar de más. En términos más generales, producir la igualdad de condiciones (no de derechos) a la que aspiran los feminazis implica perjudicar a muchas personas: algunos feminazis lo saben y lo aceptan, pero otros ni siquiera han cobrado conciencia de esta realidad evidente.

Como afirma Thomas Sowell, no podemos defender la igualdad de derechos al mismo tiempo que proponemos una protección especial para los derechos de grupos específicos, como las mujeres o o los judíos o los homosexuales.

El principio de no agresión

De acuerdo con la lógica feminazi, resulta aceptable y hasta necesario funar a quienes se oponen a su discurso y dejar sin trabajo a quienes sean acusados (incluso si no son encontrados culpables) de agredir a alguna mujer y también a quienes sugieran la inocencia de estos últimos (así se vio en el caso de la etiqueta de Twitter #UDPHazteCargo). Sostienen la validez de estas exigencias sobre la base de que alguna mujer afirma haber sufrido una agresión. En resumidas cuentas, los feminazis proponen que es necesario transgredir el principio de no agresión para evitar que este principio sea transgredido. Esta es otra de las notables contradicciones lógicas del movimiento, por cierto, y es una de las más escandalosas, por cuanto propone ignorar el debido proceso y la presunción de inocencia.

En el mundo real, el sistema jurídico intenta ofrecer reparaciones a todas las víctimas. Para hacerlo, sin embargo, no puede asumir que cada una de ellas dice la verdad: hacer esto traería mucha más injusticia, por cuanto cualquier acusación significaría un castigo automático para quien resulte imputado, aun cuando no haya hecho nada.

Los feminazis deben entender la importancia de la presunción de inocencia y del debido proceso, puesto que estos factores protegen a todas las personas por igual. Ellos pueden creer que algunas personas merecen más protección que otras, pero esta asunción tiene un riesgo: otorgarle más protección a uno puede contraer el atropello de otro o puede darle un poder excesivo al protegido. Así fue, de hecho, como Pisístrato se convirtió en tirano de Atenas el 561 aC. No es posible evitar todas las agresiones en el mundo real; pero, si nos proponemos esta meta, avanzaremos mucho más permitiendo que cada uno acceda a medios de defensa que entregándole facultades extraordinarias al gobierno.

Reflexiones finales

En vista de que resulta imposible satisfacer las demandas del movimiento actual, este no terminará producto de algún pacto consensuado, sino por agotamiento de los participantes. Por supuesto que se cumplirá con el protocolo de firmar acuerdos y emitir declaraciones; pero esto no significará que los feminazis hayan quedado satisfechos ni hayan conseguido lo que querían, puesto que su meta principal es «gritar y patear»: no conseguir la igualdad entre hombres y mujeres ni garantizar la seguridad de estas.

Este ensayo parece inarticulado o caótico en virtud de que el fenómeno analizado comparte estas mismas características: se trata de una hidra multicéfala en constante movimiento y difícil de fotografiar. Su carácter impredecible asusta a algunos, puesto que se trata de un movimiento probadamente violento. No digo que no debamos tener precaución: la falta de metas es una debilidad de este movimiento, pero también un factor de riesgo para quienes se cruzan con él. Sin embargo, considero que este movimiento no está destinado a trascender, aun cuando sí dejará huella en las normas de algunas universidades y del país. Estas normas, por supuesto, se clasificarán de la misma manera que las demandas nominales del movimiento actual en las categorías de lo irracional, lo imposible y lo ya dado.

Podría haber añadido otras contradicciones, como la oposición a los concursos de belleza (a la vez que se defiende la independencia laboral) o la denuncia de los estereotipos de belleza (que no parecen tener el mismo peso para los hombres aun cuando también existen) o que las Carabineros no son consideradas como parte del grupo que se intenta salvaguardar (pese a que son mujeres), pero mi punto parece bien respaldado con los ejemplos que expuse.

El movimiento feminazi tiene varias características notables. Una que no incluí en la lista general, sino que quise dejar aparte, es la de negar el carácter real del universo que nos rodea. Según los feminazis, toda la realidad que nos rodea es un constructo social: nada en ella existe si no lo configuramos nosotros por medio de la lengua y la cultura. La investigación ha mostrado, no obstante, que los bebés sí distinguen colores incluso antes de que aprendan a hablar: esta y otras muchas características prueban que percibimos una realidad organizada en categorías incluso antes de que hayamos aprendido a hablar o hayamos sido educados. Stephen Hawking dice, en un documental, que, aun cuando percibimos la realidad de manera subjetiva, todos podemos predecir los mismos resultados si aplicamos las leyes universales de la física, lo cual prueba que la realidad sí es independiente de nuestra percepción (y de nuestra lengua y de nuestra cultura). Es cierto que la lengua nos otorga matices, como la distinción del azul y del celeste, pero las categorías ya existían a grandes rasgos antes de que les diéramos nombres.

Esta reflexión me hace pensar en las personas autistas: su limitación de las interacciones sociales y su aguda observación de la realidad las hace construir representaciones sumamente fieles (al dibujar o al tocar un instrumento etcétera). Es como si la abstracción desde las interacciones sociales impidiera que se contaminen con los constructos que son denunciados por los feminazis y esto les diera acceso a una visión más prístina de la realidad en bruto. Desde este punto de vista, alguien que depende en exceso de las relaciones sociales para estar en el mundo podría sufrir una distorsión en cuanto a su percepción de la realidad. Esto es lo que parece ocurrir con los feminazis cuando incurren en contradicciones lógicas patentes, cuando creen que existe el patriarcado, cuando afirman que la violencia simbólica es más dañina que la violencia real o cuando guardan la esperanza de que el «lenguaje inclusivo» tendrá algún efecto real sobre las relaciones sociales. En este sentido, el credo feminazi parece más la consecuencia de una debilidad mental para pensar de manera independiente y para estar en el mundo sin necesitar la concurrencia de otros. El feminazi termina siendo víctima de los constructos en los que ha decidido refugiarse porque 1) no tiene el valor para confrontar la realidad desnuda y 2) no tolera el hecho de que haya constructos distintos de los que se ajustan a su opinión.

Espero que este texto sea útil para detectar el carácter irreflexivo del movimiento feminazi y para corregir la defensa incondicional que algunas personas han intentado ejercer en su favor.

 
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