LA DEGRADACIÓN DE LA CENTRODERECHA DESDE LA ÓPTICA GUZMANIANA

 

Sin duda, estamos en tiempos de crisis. La debacle de la seguridad a nivel país, el aumento de la pobreza, de la inflación y la deslegitimación de la política, especialmente de la figura presidencial, a niveles insospechados, ha abierto un flanco de conflictividad que no avizorábamos en el futuro. Tranquilos estábamos algunos cuando, de repente, se hicieron tronar las trompetas del Apocalipsis y hoy, sorprendidos, vemos como la nación se inclina hacia el despeñadero del tercermundismo y del bananerismo institucionalizado. La sorpresa es aún mayor cuando, quizá ingenuamente, pensábamos que la derecha institucionalizada en partidos políticos no dejaría que esto ocurriera. Sin embargo, los partidos que creíamos de derecha o, ya rectamente, centroderecha, no solo visaron el proceso convencional que no ha significado más que un retroceso institucional, sino también, ante la llegada de Gabriel Boric al poder, espetaron ser adeptos a ser una oposición colaboracionista, que buscaría que al Gobierno le fuera bien, porque así, porfiaban, le iría bien al país. Ante tamañas afirmaciones de la centroderecha y el actuar tan alejado de sus otrora apariciones en los debates políticos de los sucesivos períodos presidenciales anteriores durante la vuelta a la democracia, me pregunté qué hubiera pensando Jaime Guzmán de todo esto.

De este modo, el siguiente ensayo busca indagar qué habría dicho Guzmán del papel que ha jugado la supuesta derecha en este escenario tan aciago. Desde la concepción que el mismo personero de la UDI habría tenido de la democracia y el papel de la oposición, basaremos nuestro análisis en lo que él entendía por el único fin humano posible, y otros elementos, para establecer que su ex partido, junto a toda la centroderecha, al perecer, habrían perdido totalmente el camino trazado por su pensamiento. Es decir, en términos guzmanianos, la derecha se habría degradado(1).

Por de pronto, Jaime entendió siempre que el ser humano, al igual como describiría Aristóteles, es intrínsecamente social. Y eso implicaría una dimensión importante de su vida: “El hombre es por naturaleza sociable y requiere convivir con otros hombres para desarrollarse y perfeccionarse. Ahora, la convivencia necesita una organización para poder perdurar. La organización de esa convivencia entraña la dimensión política de ese ser humano” (Guzmán: 23).

En este sentido, vivir en sociedad implica para el ser humano la única posibilidad de perfeccionarse, único fin de la moralidad. Además, el cómo se organiza aquella reunión de hombres, cómo se han de relacionar, es lo que demanda la política. En ambas dimensiones, ética y política, la conditio sine qua non que las hace operativas es la libertad. Entiéndase que Guzmán no asevera que la libertad no tuviese límites, sino que es una condición ontológica del ser humano y que encuentra su sentido práctico en su ejercicio relacional con los demás, tanto a nivel ético como político:

La libertad es el fundamento de la responsabilidad moral y el motor del espíritu creativo y emprendedor en las más variadas manifestaciones de la cultura y del desarrollo económico-social. Es el alma y la impronta de las más nobles aventuras y de las más señeras realizaciones que registra la historia humana.” (Guzmán: 26).

Sin esta libertad profunda, no hay humanidad, no hay responsabilidad ética y, por lo mismo, no hay merecimiento; no hay política, sino totalitarismo. Es tal la importancia de dicha libertad que la “Amamos intransablemente (…) y por eso queremos afianzar un sistema político y económico-social que combine democracia y progreso” (Guzmán:45). Nótese que la naturaleza o condición humana(2), justifica tanto la libertad en el orbe ético, así como el sistema político que se ha de construir, mas no diseñar. Toda la justificación guzmaniana va en un todo ordenado, sin fisuras, decantando desde sus nociones o conceptos hasta sus expresiones prácticas. Es entonces, la democracia, como sistema político, una derivación lógica de la libertad(3).

Ahora, ¿qué entendía Guzmán por democracia? Importante es determinarlo, en tanto se podrá anticipar si el papel de oposición que está jugando la centroderecha se condice con las condiciones democráticas que el mismo Jaime planteaba como necesarias para que así fuera. La democracia, al menos, tendría que atenerse a tres condiciones básicas, nos dice Jaime:

“Los tres elementos principales de la democracia son: la elección y renovación periódica de las autoridades del país, utilizando como método predominante, aunque no exclusivo o excluyente, el sufragio universal, a través de elecciones libres, secretas e informadas (…) En segundo lugar, la existencia de un pluralismo ideológico que admita la coexistencia dentro de la vida cívica de diversas expresiones o tendencias del pensamiento político y, en tercer lugar, la responsabilidad de las autoridades, tanto en el orden jurídico, como político, a través de órganos y procedimientos establecidos especialmente al respecto”. (Guzmán: 154-155).

Entonces, la democracia implica ex antes tanto el poder del voto, como la pluralidad ideológica y la responsabilidad política. Además, señalaría Guzmán:

“(…) la democracia solo es realmente legítima en cuanto sirva a la libertad, la seguridad, el progreso y la justicia, al paso que pierde toda validez si debido a un erróneo diseño o aplicación práctica, termina favoreciendo los antivalores inversos del totalitarismo, el estatismo, el terrorismo, la subversión y la demagogia. (Guzmán: 155).

De este modo, no solo tendría la democracia condiciones que la hacen ser sí misma, sino también una finalidad, un telos. Si la democracia no apunta a generar las condiciones de la libertad, y de todos los otros objetivos que se propone para la vida en sociedad, entonces no es legítima y, por lo mismo, apuntaría a otros fines, ajenos a su propia naturaleza, como lo son aquellos que sustentan el totalitarismo, el estatismo, y otras prácticas inadecuadas a los ímpetus democráticos. En ese sentido, cualquier otro tipo de objetivo, ajeno a su naturaleza, tergiversa la democracia y no le permiten viabilizar las divergencias sociales: “La democracia está concebida precisamente para dirimir en forma pacífica las diferencias de pareceres que siempre existirán sobre diversos aspectos del destino nacional. Pero lo importante es que tales divergencias se encuadren en un marco de razonable acuerdo mínimo” (Guzmán: 144).

Y este acuerdo mínimo, básico de toda democracia, es la convivencia pacífica de los miembros de la sociedad, la resolución en paz de nuestros conflictos, la vida libre de los sujetos en aras de encontrar las mejores armas para desarrollarse material y espiritualmente. Todos queremos vivir en paz y armonía, un deseable modo de vivir que sea coherente con los demás y que no escatime en esfuerzos para que todos podamos hacerlo. En definitiva:

“Una comunidad unida. Es esta el cimiento sólido sobre el cual resulta posible la discrepancia política sin que ella amenace destruir los pilares que sustentan la sociedad. Por el contrario, si el referido consenso social falta o se quiebra al punto de que todo –incluso las bases más esenciales de la sociedad- se coloca en tela de juicio por actores políticos significativos, la divergencia deriva fácilmente hacia la anarquía o la guerra civil. (Guzmán: 144).

La solidez de una democracia, entonces, ahonda Guzmán, depende de su capacidad para no desviarse hacia proyectos que la destruyan totalmente:

En efecto, la solidez de una democracia arranca precisamente de que las mayorías muevan el péndulo en forma moderada o evolutiva y no abrupta o de un extremo al otro. Que las elecciones dedican entre diversos criterios de administración del Estado, pero no entre formas de vida sustancialmente opuestas”. (Guzmán:144).

De esta noción de convivencia y democracia, Guzmán parece derivar dos consecuencias: la política no podría asociarse al concepto de polemos, al menos no en sus características más burdas(4). El valor de la democracia descansa en su capacidad para que la polémica se circunscriba en conductos regulares y sabidos. Y, por supuesto, los actores colectivos del sistema político, es decir, los partidos, deben guiarse por esa misma noción. Respecto de lo primero, Guzmán va a aseverar:

La política, entendida como el arte de gobernar, constituye una de las más nobles funciones a que puede dedicarse el esfuerzo humano. Implica superar el egoísmo de limitarse al propio interés personal, para volcarse al servicio de la comunidad” (Guzmán: 132).

Al menos como aspiración, quizá ingenua, Jaime Guzmán entiende que la política no puede sino asociarse a la noción de polis, entendida esta como la discusión racional, en ánimo de acuerdo y negociación, de las soluciones a los problemas públicos. Por eso se atreverá a decir: “(…) que nadie tiene derecho a ‘imponerles’ por fuerza a los demás su propio pensamiento. Los hombres son seres racionales, a los cuales hay que convencer y no someter” (Guzmán: 33).

Bajo esa misma lógica, los partidos no pueden dejar de cumplir su papel político de manera responsable y en aras de lograr un mejor país. Por lo mismo, Guzmán no apreciará la descripción fría de colectivos ávidos de la consecución del poder, traducido en el control del Estado: “(…) los partidos políticos no deben entenderse como entidades que aspiran a alcanzar o detentar el poder como finalidad esencial, sino como instituciones que tienden a influir en la vida pública por la difusión de ciertas ideas. (Guzmán: 140).

El tenor propio, entonces, de los partidos políticos es el debate y discusión teórica, la influencia en el pensamiento ajeno, ganar, como diría Jaime, corazones y no votos. El gran peligro de trastocar ese papel en otro para los partidos reside en su obnubilación por el poder, empujado por un ímpetu transformador revolucionario. En tanto los partidos o colectivos políticos caigan en esos esquemas de poder, solo les interesa una cosa:

Postular que el fin de una colectividad política es alcanzar el poder, aunque ello se subentienda legitimado por objetivos de bien público, conduce a que la conquista del poder se convierta –en la práctica- en el propósito supremo de sus acciones, a lo cual todo se subordina” Guzmán: 141).

De ahí entonces que, en tiempos de verdadera democracia, el papel de la oposición no sea la debacle del gobierno de turno:

Lo esencial es comprender que el objetivo de una oposición patriótica no debe consistir en procurar el fracaso del gobierno con el propósito de debilitarlo y después reemplazarlo (…) la oposición bien entendida debe apuntar a que los gobiernos correspondientes rectifiquen sus errores, buscando así el éxito –y jamás el fracaso- de quienes rigen los destinos del país. El fracaso de un gobierno resulta siempre dañino al país, y toda acción concebida con tal propósito es antipatriótica”. (Guzmán: 136).

Por lo tanto, si lo que se busca, al final, es la mejora del país y reforzar los vínculos mínimos que nos atan con los demás, es decir, fortalecer ese mínimo acuerdo de convivencia común, el papel opositor debe sumar, no restar. Es el país el que estaría en juego.

Con todo, cabe la pregunta, ¿estamos en democracia aún en Chile? La pregunta parece válida, al menos en los términos dispuestos por el fundador de la UDI. Existirían, por de pronto, según Guzmán, dos enemigos claros contra los cuales la sociedad libre y democrática se erige: “Una sociedad libre requiere combinar una democracia política y una economía social de mercado, combatiendo así por igual a los totalitarismos y a los estatismos socialistas” (Guzmán: 109).

Así, tanto los totalitarismos como los estatismos son los enemigos más evidentes de la libertad y de la democracia como sistema político que se construye en base a dicho valor. En ambos casos, la diferencia estriba en un asunto de grados. Guzmán especifica:

Las doctrinas colectivistas tienen como rasgo común el endiosamiento de un Estado totalizante o totalitario, a cuyos objetivos se subordinan íntegramente los seres humanos. La política se convierte así en una dimensión absorbente de todo el quehacer nacional. Como lógica consecuencia, los cuerpos intermedios deben servir indiscriminadamente de instrumentos para que la ideología respectiva alcance el poder, logrado lo cual se transforman en simples apéndices de la burocracia estatal. El marxismo, el fascismo y el nacionalsocialismo son los ejemplos contemporáneos más elocuentes al respecto” (Guzmán: 102).

De este modo, una absorción total del quehacer nacional lo podemos encontrar en los totalitarismos. Pero, además, en los estatismos, especialmente socialistas, que no serían sino el escenario previo, aquel estadio de la cuestión en que se empieza a incentivar esta absorción: “(…) cuando se estimula o acepta que la política invada absorbentemente todos los ámbitos de la sociedad, se favorece un estatismo que coarta la libertad, la creatividad y la participación de las personas” (Guzmán:117).

Ya teniendo claro los dos enemigos acérrimos de una sociedad libre y democrática, el papel de una oposición responsable en democracia y la justificación filosófica de Guzmán, insistimos: ¿vivimos en democracia?

Partamos por las condiciones básicas de una democracia plena y sin obstáculos. Más arriba detallamos que, según el fundador de la UDI, existirían tres conditio sine qua non la democracia no se podría dar: el voto, la pluralidad política y la responsabilidad política de las autoridades. Hasta ahora, me parece que evidentemente una de las condiciones no se da en el escenario actual: la pluralidad política. No existe espacio efectivo o seguro para la diferencia ideológica. El análisis comparativo de Axel Kaiser en La Neoinquisición (2020) es ilustrativo al respecto: el political correctness ha terminado constituyéndose como un discurso totalitario, siempre dispuesto a la funa y al atropello de la diferencia política. Por otro lado, si nos circunscribimos a los elementos que necesariamente tienen que estar presentes para entender este sistema supuestamente democrático actual como legítimo, tampoco cumpliríamos la descripción. Toda democracia se legitima en su capacidad de otorgar y fomentar los valores contrarios a los totalitarios, a aquellos que constituyen el paternalismo propio de cada estatismo, diferentes al terrorismo y la demagogia. La supuesta democracia chilena no solo empuja y legitima la corrección política violenta, como quedó ejemplificado en la adopción de una postura siempre condescendiente al supuesto “estallido” del 18 de octubre(5), sino que también impulsa reformas que aumentan el control del Estado en todas las esferas de la vida. Con tan solo ver el borrador de la nueva Constitución este último punto debiese quedar claro. Pero, además, se cruza de brazos ante el terrorismo en la Araucanía(6) y es incapaz de evitar que un demagogo como Gabriel Boric llegue al poder. Todavía más, ya no existiría un consenso sobre el modo de vida compartido. Ello revestiría un problema, en tanto la polarización social y política convierte automáticamente a la contraparte no en adversario, sino en enemigo. Por solo dar un ejemplo, la misma tumba de Jaime Guzmán ha sido vejada en repetidas ocasiones(7), incluso robando la ánfora que conserva los restos de su madre, mostrando un decadente espectáculo de desdén ante la muerte y un inexistente respeto al recuerdo de los deudos. La existencia personal, la libertad de decidir qué hacer con la vida propia, las decisiones autónomas de cómo educar a tus hijos, tus preferencias individuales sobre dónde ir, con quién estar, qué hacer, son, hoy día, cuestionadas bajo el yugo de una moralina de izquierda ya francamente insoportable(8). Es entonces cuando se hace evidente que, ante la falta de pluralismo político efectivo, ante el cultivo de valores antidemocráticos y la falta de consenso sobre una convivencia pacífica que respete los modos de vida ajenos, todo apunta al aumento de la conflictividad social y crece el temor, por consiguiente, de la instauración de una guerra civil(9).

En consecuencia, la política no es actualmente el campo de discusión en que sus integrantes intentan convencer y ser convencidos, sino el campo de batalla de Marte en el que distintos proyectos políticos conflictúan por exterminar al otro. La política no es el arte de gobernar, sino el de polemizar, el de batallar por conseguir el poder. Durante el último gobierno de Sebastián Piñera esto fue evidente. La oposición solo buscó aumentar el grado de rechazo a la autoridad, validando cualquier método posible para lograr la caída del Gobierno de turno(10). El único objetivo de la izquierda, mal que le pese al fantasma de Guzmán, fue siempre controlar el poder. La abierta discusión de ideas no se presentó nunca y hoy estamos inmersos en una crisis política e institucional difícil de resolver.

Teniendo todo esto en cuenta, ¿cabe una actitud de la centroderecha como oposición responsable, propia de una democracia en plenitud, tal y como la describe Guzmán? ¿Es el momento para hacer gala de oposición patriótica, buscando solventar y no sacar provecho supuestamente indebido de los errores de la izquierda, en general, y de este Gobierno, en particular? En términos de Jaime Guzmán, cabe ese papel oposicional en democracia. Pero, lamentablemente para la centroderecha, no pareciera que estuviésemos en circunstancias de plenitud democrática Desde el segundo período de Bachelet, o incluso antes cuando se validaron las protestas estudiantiles de 2006(11), vemos una clara degradación de la democracia, en términos de mayor belicosidad política, incapacidad de tolerancia, odiosidades de todos los colectivos hacia los otros, traducido en términos sistemáticos en el incremento del estatismo, que fagocita todas las expresiones de la espontaneidad nacional, subyugando cada vez más a los individuos quienes quedan, como resultado, sujetos, siempre, al escrutinio inmisericorde por parte de los funcionarios estatales. La nueva Constitución no sería más que el broche de oro a lo que venía fraguándose hace ya mucho tiempo.

En conclusión, la centroderecha, con su actitud de colaboración, solo le hace un flaco favor al recuerdo de Guzmán, en tanto no defiende ni la democracia ni la convivencia pacífica de sus partes. Cada día aumenta el papel del Estado, en desmedro de los grupos intermedios, los que están llamados, por orden natural del sistema guzmaniano, a representar los pareceres colectivos de los individuos. Dentro de ello, la misma política debiese adjudicarse un lugar predilecto en ser una caja de resonancia de las deliberaciones y reflexiones que los individuos comparten entre sí y la oposición debería tener un papel preponderante en ese adecuado debate sobre la vida compartida que proyectamos hacia el futuro. Pero, lamentablemente, este no es el escenario y Guzmán se los habría dicho: la centroderecha ha dejado, al parecer, de aspirar a una mejor democracia. Se sospecha, prefieren el candor de una agenda internacional en la cual Chile no ha tenido voz ni voto. Presas del historicismo, ven los objetivos del milenio como inevitables. Jaime no puede estar tranquilo en su medrada tumba con el camino elegido por la centroderecha. De eso no cabe ninguna duda.           

 
 

Referencias

[1] Todas las citas corresponden a diversas intervenciones en distintos medios e instancias de Jaime Guzmán, recopiladas en el libro “Persona, Sociedad y Estado en Jaime Guzmán” (2019). La diversidad de fuentes reunidas en la obra, espero, excuse la falta de revisión de otras obras compilativas.

[2] A nivel filosófico ambos conceptos no significan lo mismo. Pero para los efectos del ensayo, pueden utilizarse indistintamente.

[3] Por supuesto, algunos podrían reclamar que ello no se condice con la defensa que Guzmán hacía del Gobierno Militar. Esto no tendría sentido a partir de las diferencias que el mismo Jaime hacía de lo que era un régimen autoritario de un sistema totalitario. El primero era la suspensión necesaria de la libertad para dar un armazón institucional a una venidera democracia. En cambio, el totalitarismo era la supresión total de cualquier tipo de libertad con ánimo de permanencia.

[4] Por supuesto, esto puede ser discutido. Especialmente, sabiendo que uno de los mentores intelectuales de Guzmán era Carl Schmitt. Véase Cristi, Renato (2011) El pensamiento de Jaime Guzmán. Editorial LOM.

[5] Se ha aseverado que la violencia y la victimización han aumentado desde esa fecha. https://comentarista.emol.com/2294117/21283944/Emol-Social-Facts.html

[6] Incluso al punto que, en una visita oficial, a los balazos que recibió la comitiva presidencial, la ministra del Interior manifestó que no se querellarían, bajándole claramente el perfil al incidente. Véase https://www.elmostrador.cl/dia/2022/03/16/ministra-siches-descarta-presentacion-de-querella-por-frustrada-visita-a-temucuicui-dice-que-fiscalia-ya-actuo-de-oficio/

[7] https://www.biobiochile.cl/noticias/nacional/region-metropolitana/2021/07/12/udi-anuncia-querella-tras-danos-a-tumba-de-jaime-guzman-y-robo-de-anfora-con-cenizas-de-su-madre.shtml

[8] Por solo dar un ejemplo, en diversas universidades ya no se puede estudiar libremente, en tanto parte del currículum se considera propio del canon universal opresor del hombre blanco patriarcal que sigue subyugando a minorías oprimidas durante la historia. Véase  https://www.eldebate.com/cultura/20211114/tirania-correccion-politica-universidades-americanas.html

[9] Algunos personeros políticos han dicho que Gabriel Boric no terminará su mandato. Bajo qué criterios se daría ese término, es una interrogante. Véase https://www.infogate.cl/2022/06/01/el-rey-del-raspado-de-olla-ahora-de-clarividente-anuncia-que-boric-no-terminara-su-mandato/

[10] Es cosa de notar la cantidad de veces que los funcionarios del gobierno piñerista fueron acusados constitucionalmente. Véase https://www.camara.cl/fiscalizacion/acusaciones_constitucionales.aspx

[11] Véase mi escrito “Las razones políticas del 18-O” en “Girar a la derecha” (2021).

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