POLÍTICA DE IDENTIDAD, POPULISMO Y UNA CONTRAPROPUESTA DESDE EL LIBERALISMO DE J.S MILL.

 

Desde hace ya un par de décadas la sociedad, la política, las democracias, las humanidades —y también la filosofía— se han visto tensionadas y exigidas por la articulación política y movilizadora lograda por diferentes grupos organizados en torno a la idea de la política de identidad. Es por eso por lo que, en el presente ensayo, a partir de la mirada de una de las matrices de filosofía política, se realizará una revisión del concepto y de las principales tensiones y respuestas que se han dado desde el populismo y las que se han dado o se pueden entregar desde el liberalismo, específicamente desde la mirada de J.S. Mill.

La primera pregunta que surge y que es necesario aclarar consiste en poder definir ¿de qué se habla cuando se hace referencia a la «política de identidad»? Siguiendo a Jorge Larraín, cuando hablamos de identidad nos referimos a “un proceso de construcción en la que los individuos se van definiendo a sí mismo en estrecha interacción simbólica con otras personas”[1].  Por tanto, la identidad no tiene ver con algo inherente a la esencia de la persona o a mandatos internos que permanecen inmóviles durante el desarrollo del individuo, sino que se construyen en un proceso de relación con los otros, con el entorno, lo que se conoce también como individuación, según el psicólogo Carl Jung.

Hasta aquí se puede plantear que la construcción de identidad es una etapa propia del proceso de desarrollo psicológico y social de cada una de las personas que conforma la sociedad. Surge una segunda pregunta que es necesario dilucidar: entonces, ¿cómo se define la política de identidad?

Tal como se planteó más arriba, la identidad es un proceso de definición individual en relación con los individuos que constituyen su entorno con el cual interactúan. Sin embargo, cuando estas identidades se van articulando de manera tal que logran definir una serie de demandas y discursos políticos, dan origen a la denominada «política de Identidad». Jonathan Haidt —quien se define como «un liberal a la Mill»— en su libro Malcriando a los Jóvenes Estadounidenses, se apoya en la definición de política de identidad de Jonathan Rauch, refiriendo que la política de identidad corresponde a la “movilización política organizada en torno a características de grupo tales como raza, género y sexualidad, en contraposición a partido, ideología o interés pecuniario”[2]. Por su parte, Carlos Peña, en su libro sobre la materia lo define como “el reclamo de las personas que comparten un rasgo que juzgan importante ser admitidos en la arena política, la pretensión de que sus identidades -sean nacionales, religiosas, étnicas, sexuales, de género o de otro tipo-reciban el reconocimiento adecuado”[3].

Como se puede apreciar, en ambas definiciones, existe un punto central de acuerdo que consiste en politización de la acción de grupos que se articulan en torno a rasgos o características a partir de las cuales se autodefinen, como son raza, género, etnia, religión, entre otros. Sin embargo, hay un elemento importante a destacar en la definición usada por Haidt y que no se encuentra en Peña, y que dice relación con la idea de “contraposición a partido, ideología e interés económico”.  De esta forma los grupos buscan reconocimiento a partir de la movilización política organizada en torno a las características que los identifican y los unen con un énfasis en lo cultural y simbólico, pero desde la premisa de que las instituciones que constituyen la democracia liberal, como los partidos y las que han formado parte de la sociedad moderna, como las ideologías tradicionales, no han sido capaces de dar respuesta a las demandas expresadas en diversas formas de movilización social. Esta contraposición permitirá comprender cómo la deriva populista ha sido capaz de articularse con la acción identitaria, a diferencia lo que ha podido hacer el liberalismo en sus diferentes versiones.

Un elemento un importante a destacar es el tipo de reconocimiento que buscan los grupos identitarios a través de su acción política. Para Fukuyama, la identidad se forja en una distinción entre un yo interno y el mundo exterior y sus reglas[4]. El punto a destacar acá es que en esta distinción, se genera una tensión ya que las reglas y normas sociales no reconocen la dignidad del yo interno que se constituye en su identidad y en base a eso refiere: “pero sólo en los tiempos modernos se ha sostenido la opinión de que el auténtico yo interno es intrínsecamente valioso, y la sociedad exterior es sistemática errónea e injusta en su valoración del primero. No es el interior es que debe ajustarse a las reglas de la sociedad, sino que es la sociedad la que tiene que cambiar”[5].

Hasta el momento se ha planteado que política de identidad corresponde a la acción política de grupos sociales que se articulan a partir de características individuales y en oposición a las organizaciones de la política tradicional, en busca de reconocimiento. Esta búsqueda de reconocimiento que se lograría a partir de la realización de un cambio de la sociedad, es el punto que se encuentra a la base de las demandas que movilizan a los diversos grupos identitarios; sin embargo, la complicación del proceso se ha dado en el tipo de acción política que realizan que realizan los diversos grupos para el logro de dichos objetivos, estando en tensión con las organizaciones e instituciones tradicionales de la democracia liberal. Para esta situación, Jonathan Haidt plantea que las acciones de los grupos identitarios dan forma a dos clases de política de la identidad:

1.- La política de identidad de humanidad común.

2.- La política de identidad del enemigo común.

La política de identidad de humanidad común, es un tipo de política cuyo accionar se basa en la realización de acciones de presión, pero cuyo sustento discursivo pone el énfasis en la idea de que todos formamos parte de una misma humanidad, en la cual existen seres humanos a los cuales se les “niega la dignidad” por pertenecer a un grupo social específico. De esta manera “quienes las practican humanizan a sus oponentes y apelan a la humanidad en ellos…”[6]. Para el autor, un ejemplo de este tipo de política sería la labor realizada por Martin Luther King, durante la lucha por los derechos sociales de las personas afroamericanas.

En el sentido opuesto a la definición antes presentada, se encuentra la política de la identidad del enemigo común. Tal como su nombre lo dice, la articulación política de los diversos grupos identitarios se basa en unirse contra un enemigo común. Así como lo plantea Peña:

“la política de la identidad consistiría en una forma de intervenir en la vida pública acentuando las diferencias – étnicas, sexuales, de género – para mostrar de qué manera e intento de normalizarlas erigiendo un modelo al que se juzga valioso por sobre otros – lo heterosexual por sobre lo homosexual, lo europeo por sobre lo latino, lo masculino por sobre lo femenino - constituye una fuente soterrada de dominación y de abusos”.[7]

Esta es la expresión de política de identidad que se ha impuesto en los últimos; esta manifestación de las identidades se sostiene en la idea que hay grupos que se han impuesto sobre otros y que los han oprimido históricamente invisibilizándoles frente a la sociedad en general.

Desde esa idea es que se han impuesto expresiones como «la cancelación», que consiste en no permitir la expresión de opiniones diferentes a las que se han ido instalando como hegemónicas en proceso de acción política de los diferentes grupos, o «el victimismo», que, fundado en una permanente reacción ofendida, tiene un objetivo similar al de la cancelación: evitar la manifestación de argumentos distintos de los impuestos. Lo anterior además de un trabajo político de búsqueda de legislación que favorezcan las diversas manifestaciones de identidades.

En cuanto a ejemplos más prácticos que ayuden desarrollar la reflexión, es posible nombrar diversas manifestaciones en la vida universitaria: las denominadas “funas”, tanto virtuales, a través de redes sociales como físicas y una serie de normas generadas en distintos países. De esta manera, más que profundizar en un análisis de los ejemplos, nos permite mostrar cómo estos grupos, a través de estas acciones políticas, forman parte del ejercicio del poder: “los grupos luchan por el poder. Dentro de este paradigma, cuando se percibe que el poder lo ejerce un grupo sobre otros, ocurre la polaridad moral: los grupos vistos como poderosos son malos, mientras que los grupos vistos como oprimidos son buenos”[8].

Hasta aquí se ha desarrollado el concepto y las principales ideas que se encuentran en estas manifestaciones que se han denominado política de identidad, entendida como la articulación y movilización política de diversos grupos que se unen para ello alrededor de características individuales que, por una parte los unen como grupo político y, por otra, los diferencian de la sociedad en su conjunto y le otorgan el argumento base a su reivindicación de búsqueda de la dignidad. Ya que esas diversas identidades se habrían visto históricamente invisibilizadas producto de una relación desigual en donde, en donde grupos antagónicos y situados en una posición de poder superior y hegemonía, no han permitido el reconocimiento y la dignidad de los diversos individuos. Por tanto, la deriva que ha tomado el ejercicio de la política de identidad ha sido levantarse para enfrentar a un enemigo común que los oprime; opresión que tiene manifestaciones culturales y simbólicas que es necesario modificar, es decir, cambiar la sociedad a nivel cultural, por medio de acciones políticas que permitan la expresión de las diversas identidades individuales.

Este tipo de manifestación identitaria, de base más crítica al modelo de sociedad predominante en el mundo, ha encontrado respuesta en posiciones políticas que se definen como de izquierda, las cuales han logrado articular una crítica al modelo de sociedad liberal a partir de la aglutinación de las distintas demandas identitarias. De esta forma, se ha instala la idea de que un origen de la falta de reconocimiento de las diversas identidades se encuentra en el modelo capitalista de sociedad libre.

Es así, como surge una primera respuesta de la reflexión política para la política de la identidad y que corresponde a la deriva llamada «populista». Como cualquier concepto que se haya desarrollado, la idea de populismo tiene variadas definiciones dependiendo del enfoque a partir del cual se desee abordar. Es así como el populismo se puede explicar desde perspectivas: estructuralistas, político-estratégicas, económicas, ideacional y discursiva[9].

En la reflexión que se plantea en este ensayo, se abordará el populismo desde la perspectiva discursiva ya que se ha constituido en la predominante principalmente en América Latina. Esta perspectiva se sustenta en la mirada postmarxista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (se destaca el concepto «postmarxista», ya que más adelante en la reflexión se verá la importancia que tiene en la acción de los movimientos populistas identitarios). De esta forma, cuando se habla de populismo se refiere a una ideología (más bien blanda o delgada, es decir, que permite incorporar diferentes contenidos discursivos) que plantea una sociedad desde una lógica de enemigos entre “un pueblo virtuoso” y “una elite corrupta”. Es decir, un antagonismo en donde existe una gran mayoría integra y una minoría que ostenta el poder tanto económico como político que se presenta como deshonesta la cual solo tiene interés en su beneficio propio[10].

Cómo se puede ver, tanto en la lógica identitaria dominante, como en la articulación ideológico-política populista vigente se reproduce la idea de que hay situaciones de desigualdad política que se sustentan en que hay unos pocos que imponen sus intereses sobre otros, es decir dos grupos que se ven enfrentados en sus diferencias, hecho que los hace el enemigo que es necesario vencer para poder lograr mejorar la condiciones de vida y transformar la sociedad actual que es la que permite que esas lógicas de poder hegemónico se mantengan y así mantengan el “statu quo” de la sociedad.

La importancia de la visión populista de Laclau y Mouffe, junto con ser la perspectiva que ha logrado la mayor influencia en América Latina, radica también en la idea en que se funda la visión postmarxista de los autores. Así lo plantean en su libro Hegemonía y Estrategia Socialista, señalando que el socialismo como históricamente se ha definido, luego de la caída de los llamados «socialismo reales», se encuentra en una crisis. Esta crisis se encuentra en cómo se conceptualiza el socialismo en el contexto actual:

“Lo que está actualmente en crisis es toda una concepción del socialismo fundada en la centralidad ontológica de la clase obrera, en la afirmación de la Revolución como momento fundacional en el tránsito de un tipo de sociedad a otra, y en la ilusión de la posibilidad de una voluntad colectiva perfectamente una y homogénea que tornaría inútil el momento de la política”[11].

De esta manera los autores plantean que se está frente el declive de la lógica tradicional de la lucha de clases entre burgueses y proletarios, en donde este estos últimos eran los llamados a transformarse en el “sujeto universal” que lideraría los procesos de transformaciones que permitirían la superación a la sociedad capitalista, ya que la diversidad de movimientos sociales muestra una lucha social más bien plural que supera la lógica de clases en la cual se sustentó el marxismo en sus orígenes.

De esta manera esta revisión discursiva articular una respuesta a lo que los autores definen como:

“Un conjunto de fenómenos nuevos y positivos está también en la base de aquellas transformaciones que hacen imperiosa la tarea de recuestionamiento teórico: el surgimiento del nuevo feminismo, los movimientos contestatarios de las minorías étnicas, nacionales y sexuales, las luchas ecológicas y anti institucionales, así́ como las de las poblaciones marginales, el movimiento antinuclear, las formas atípicas que han acompañado a las luchas sociales en los países de la periferia capitalista”.[12]

Es de esta forma que se llega a la construcción de un pueblo populista, ya que como plantea Camila Vergara, aludiendo a la perspectiva de Laclau: “el pueblo del populismo podría construirse sobre la base de demandas de clase o étnicas con fines emancipadores u opresores”[13]. Así esta visión populista daría la opción empoderar y emancipar al pueblo a través de esta construcción de identidad.

De esta manera se puede plantear la articulación discursiva de las demandas identitarias en la argumentación postmarxista, que tiene como manifestación práctica el populismo. Aborda las demandas de identidad desde una perspectiva crítica que pretende que, a través de estas nuevas luchas sociales, se pueda llegar a la superación del capitalismo a través de una construcción hegemónica para lo que es necesario contar con un líder carismático que sea capaz de aglutinar las diversas demandas a través de un discurso “de buenos y malos” y a partir de una idea de “un nosotros el pueblo virtuoso” —y hoy no sólo virtuoso sino diverso e inclusivo— radicalizar la democracia.

Si se continua la reflexión bajo la lógica tradicional de izquierda y derecha, la lógica de las identidades y la visión populista, en el entendido de la construcción de un pueblo virtuoso, también tiene un correlato en la derecha, ya que si se aplica la misma lógica, el constructo se articula en base también a demandas identitarias más universales y tradicionales, como son el nacionalismo, patriotismo, anti globalismo o lo que llaman argumentos más conservadores como la familia tradicional, entre otros. Sin embargo, si se profundiza se llega al mismo fondo que se puede denominar “identitario-populista”, es decir, un pueblo virtuoso que se identifica con su país, sus símbolos, su fe, la familia frente a una élite, principalmente extranjera, que constituye el enemigo que busca instalar idearios que rompen con su idea de modelo de sociedad y cuestionan sus valores.

Es importante destacar que respecto del populismo y relación con la democracia hay dos visiones, ya que no se constituye en una relación muy fácil. Por una parte, están los que plantean que el populismo es una amenaza a la democracia debido al alto riesgo de derivar en modelos autoritarios o totalitarios, ejemplos de los cuales hoy en día hay varios.

Por otra, están los que plantean que la visión populista, más que constituir un riesgo para la democracia, es una opción de profundización de ésta y una respuesta a las debilidades de la democracia liberal, constituyendo al pueblo y sus demandas (incluidas las identitarias) como una fuerza emancipadora que busca poder contar con mayor democracia y una respuesta a las demandas del pueblo.

El populismo, a partir de esta idea de “significante vacío”[14] con la que Laclau desarrolla su definición del concepto, ha logrado instalarse como respuesta aglutinante de las demandas identitarias, principalmente a través de la perspectiva del “enemigo común”, como la definiera Haidt. De esta forma ha logrado construir una hegemonía discusiva y simbólica que se manifiesta en el campo cultural; es decir se ha ido desarrollando la construcción de “una verdadera voluntad colectiva que, a través de la ideología, se constituye un verdadero cemento que unifica un bloque histórico”[15]. Esto, ya que, si lo miramos desde la lógica de las identidades, se está frente a dos fuerzas opuestas que logran articular una serie de significados que constituyen al pueblo.

 La pregunta que surge a continuación es ¿cómo aborda o responde el liberalismo a las demandas identitarias y a la deriva populista?, ello considerando, como lo plantea Peña que:

“si los ideales de la democracia liberal enseñan a las personas a tener ideas acerca del bien común, a defenderlas mediante el diálogo y hacerse responsables por sus decisiones, sin endosarlas a factores que anulen la individualidad, la política de la identidad surgiría como una idea particular del bien referido nada más que al propio grupo.”[16]

En general, suele asociarse la idea de democracia con una visión liberal, sin embargo, es necesario que previo a decir algo sobre la democracia, se aborde el análisis de la perspectiva liberal.  La concepción liberal es amplia y diversa, y se mueve desde lo que se pueden llamar “libertarios”, cuya visión pretende una participación estatal mínima y una sociedad que es capaz de autorregularse, hasta los liberales “igualitarios”, que proponen argumentos un tanto opuestos a la visión libertaria, ya que propugnan una mayor participación del Estado en el aseguramiento de ciertos derechos, lo que no implique un sacrificio de libertades básicas, así también pasando por el austroliberalismo, el liberalismo clásico, el ordoliberalismo, entre otros.

 En este amplio abanico de opciones visiones, aparece la figura de John Stuart Mill. El liberalismo «milliano» entrega una mirada que ayuda al abordaje de la política de identidad, desde la importancia de la libertad de pensamiento como manifestación liberal.

 En su obra, Sobre la Libertad, Mill formula un principio de la libertad que se asocia a la idea de libertad negativa, ya que no legitima ninguna interferencia sobre la libertad del individuo en lo relacionado con las acciones que le afecten sólo a él. Este principio coincide con el de libertad negativa descrito por Isaiah Berlin en su texto Dos conceptos de Libertad, siendo “simplemente el ámbito en que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros”[17].

 Por lo tanto, en ese orden de ideas, el individuo no puede ser libre en la medida que haya algo o alguien que no le permita hacer lo que podría hacer y que sólo le afecte a él y que no dañe a otro si ese alguien o algo lo impidiera.

 Desde la perspectiva de Mill, la sociedad es la llamada a permitir —a través de la ausencia de coacción— y fomentar el desarrollo de los individuos que forman parte de ella. Sin embargo, esto se lograría en la medida que las personas puedan determinarse a sí mismas y puedan elegir la forma de vida que sientan como más adecuada.

Con el advenimiento de la democracia, la lucha por la libertad se traslada desde evitar la coacción que surge de la autoridad a enfrentar la que pueda surgir desde la opinión pública; “pues la opinión pública es intolerante por principio respecto a todas las opiniones que se alejen de ella”[18]. Por tanto, la opinión pública cuenta con herramientas de presión para limitar la libertad de expresión de los individuos.

Por lo tanto, el foco de Mill está en el abordaje de las distintas alternativas de coacción que podría ejercer la sociedad sobre el individuo, los cuales tienen la posibilidad de determinar la conducta de las personas que la componen ya sea a través de los medios de comunicación —hoy las redes sociales— o la legislación; tal como lo plantea el autor: “el pueblo, por tanto, puede desear oprimir a una parte de sí mismo, y necesitan precauciones contra esto, tanto como contra cualquier otro abuso de poder”[19].

Se puede plantear que la libertad de pensamiento y expresión, sino son lo más importante del liberalismo milliano, son uno de los elementos más relevantes en el pensamiento de J.S Mill. De esta manera se plantea que libertad de pensamiento y expresión van de la mano ya que el pensamiento libre debe poder expresarse también sin elementos que lo impidan. Por lo tanto, desde la postura de Mill, las acciones realizadas de forma consecuente con el pensamiento, tampoco deberían verse obstaculizadas ni moral ni físicamente, “siempre y cuando lo hagan por su cuenta y riesgo”[20].

Para Mill, es tal la importancia de la libertad de pensamiento y expresión de los individuos que manifiesta: “Si toda la humanidad a excepción de una persona fuera de una opinión, y solo esa persona fuera de la opinión contraria, la humanidad no estaría más legitimada para silenciar a dicha persona de lo que estaría para silenciar a la humanidad”[21]. Por tanto, desde esa perspectiva, cualquier tipo de coacción de la libertad de expresión no es aceptable, porque “nunca podemos estar seguros de que la opinión que estamos intentando reprimir sea falsa; y aunque pudiéramos estar seguros, reprimirla no dejaría de ser un mal”.[22]

Desde esta perspectiva, todas las opiniones tienen el derecho a manifestarse, ya que no hay ninguna opinión infalible, y si alguna así lo fuera siempre podría haber algún elemento que la posición distinta pueda aportar y mejorar la posición inicial, situación que como se verá, la política del enemigo común impide desarrollar.

Así, tanto para dar la opinión, como para actuar con base en ella, se debe considerar la responsabilidad individual de cada persona, la cual debería ser capaz de considerar el riesgo asociado para sí mismo, como principal factor. Por lo tanto, en este marco la idea de diversidad en Mill toma una relevancia importante, ya que desde su perspectiva la unidad de opinión no es algo que aporte al desarrollo de los individuos, es así como plantea: “que la diversidad nos es un mal, sino un bien, hasta que la humanidad sea mucho más capaz que en el presente de reconocer todos los aspectos de la verdad”[23].

En la medida en que se avanza en la reflexión, se puede plantear que Mill define un liberalismo abierto, tolerante y diverso que es capaz de aportar a la búsqueda del desarrollo de los individuos, desde cómo piensan, actúan y en que concretan dicho pensamiento en acciones, que deben ser responsables y capaces de asumir los efectos que puedan tener en ellos.

Hasta este punto, se ha revisado el concepto de política de identidad que se ha instalado y que ha generado importantes consecuencias en la política, como lo plantea Mark Lilla en una conversación en la UAI, al referirse a la importancia que tomó la política identitaria en las últimas campañas presidenciales de los Estados Unidos: “La cuestión de la identidad personal se tornó́ primordial. Se produjo un vuelco, y las estrategias políticas centradas en los partidos políticos y las elecciones fueron sustituidas por un foco en los movimientos sociales y las manifestaciones y, yo diría, en el circo político”[24].

Como se ha argumentado hasta aquí, la política de identidad forma el contexto en el cual se desarrolla hoy en día el pensamiento y la acción política. A partir de la lógica del “enemigo común” se han elaborado reflexiones y acciones políticas que han servido de sustento a la ideología populista postmarxista de «vaciamiento de significado» que ha ido completándose con las demandas de los grupos identitarios que buscan reconocimiento y dignidad a partir de la construcción de un discurso “amigo-enemigo” que les permita construir una hegemonía que lleve a la sociedad a un proceso de revolución democrática, basado en la idea de la necesidad de una democracia radical.

Sin embargo, al revisar el pensamiento de J.S Mill, es factible plantear que el liberalismo milliano muestra la importancia que tiene para una sociedad que los individuos puedan pensar y actuar libres de cualquier tipo de acción coactiva que restringa su pensamiento y su acción siempre que ésta sea responsable. Esto permitiría un mejor desarrollo y progreso de los individuos que conforman la sociedad. Este desarrollo no podría ocurrir cuando existe una opinión pública que es capaz de generar acciones de coacción a la libertad de pensamiento y acción y también orientar el diseño de medidas normativas que también terminar por coartar la libertad antes mencionadas.

La capacidad que tiene la opinión pública, formada principalmente por grupos identitarios e individuos favorables a éstos, es precisamente la capacidad de coaccionar a los individuos en la posibilidad de expresión de sus ideas y acciones, principalmente a través de la llamada dinámica de cancelación y la victimización frente a opiniones y acciones que puedan diferir de las ideas y acciones establecidas como hegemónicas en los espacios públicos.

Sumado a esto, Mill plantea que es necesaria también una sociedad tolerante con la diversidad, ya que esta favorece el desarrollo de los individuos y de la sociedad en general: “la humanidad ganará más si tolera que cada uno viva como le parezca bien que si obliga a vivir a cada uno como le parezca bien al resto” [25]. Más adelante agrega que precisamente cuando se está frente a dos opiniones es la de la minoría la que no solo debe ser tolerada sino también impulsada y defendida[26].

Esta visión de la tolerancia no es compatible con la visión de tolerancia de la política de identidad de enemigo común, la cual se basa, según Haidt, en la idea de “tolerancia represiva” de Herbert Marcuse, la cual manifiesta que: “cuando existen diferencias de poder entre grupos la tolerancia únicamente empodera a los ya poderosos y permite que les resulte más fácil dominar las instituciones como la educación, la prensa y la mayoría de los canales de comunicación” [27]. De esta forma la tolerancia “liberal” para Marcuse es represiva porque favorece a los poderosos y lo que se necesita es la verdadera “tolerancia liberadora”; “la que favorece al débil y contine al fuerte”[28]. Por lo tanto, Marcuse sostiene que es necesaria una tolerancia que favorezca al débil, a partir de la intolerancia con los más fuertes, negando as la diversidad de la sociedad lo cual se aleja de la propuesta de Mill.

Por lo tanto y aquí se responde una primera premisa de este ensayo, la propuesta liberal de J.S Mill no es compatible con la política de identidad con foco en el “enemigo común”, ya que tienen objetivos opuestos en cuanto a la importancia que cada una le da a la libertad de expresión y de acción, a la responsabilidad individual y a la importancia de no dañar a otros en ese proceso, a la necesidad de tolerar las opiniones de los demás individuos y la idea de que los individuos y las sociedades avanzan también gracias a la diversidad de la sociedad.

Por su parte la lógica del enemigo común favorece el tribalismo y la diversidad de esas tribus, no así la diversidad en general y su idea de tolerancia busca más bien anular al que tiene una opinión distinta, ya que probablemente esa opinión surja de una posición de agente dominante el cual hay que excluir para logar una tolerancia que libere a los diversos grupos sociales.

Sin embargo, si se puede plantear una mayor compatibilidad con la lógica de la política de identidad “de humanidad común”, la cual precisamente se sustenta en elementos de la tolerancia y diversidad y que refiere que para que las identidades logren el reconocimiento y dignidad transformando la sociedad es mejor apelar a la moral y las identidades compartidas, es decir algo que se podría definir como “diferencia en lo común”, en ese aspecto Haidt cita a Martin Luther King: “el odio no puede vencer al odio; solo el amor puede hacerlo”[29], para plantear como es factible lograr dignidad y reconocimiento sin cancelar al otro.

En definitiva, si se analizan las propuestas de Mill y las principales definiciones identitarias, es posible plantear que una sociedad liberal, basada en la libertad de pensamiento y acción, la tolerancia y el respeto por la diversidad, entendida como motor de desarrollo, y en donde nadie debería inmiscuirse en como el otro vive, constituye un espacio favorable para el desarrollo de identidades individuales y su consecuente respeto por ellas. Más aún si se considera que la visión de Mill plantea que es necesario no solo tolerar la opinión minoritaria, sino que además es importante impulsarla, por tanto, la posibilidad de expresarse libremente y la exigencia de respeto para cada individuo y de protección bajo la premisa de no dañar a otro, constituyen un espacio propicio para el reconocimiento de las diversas identidades que se desarrollan en la sociedad actual.

Finalmente, y durante el desarrollo de esta reflexión, surgen otras preguntas que pueden ser contestadas en reflexiones futuras. Considerando que  se parte de la premisa que la sociedad liberal, como la conocemos, se ha desarrollado en base al enfoque de libertad negativa, evitando acciones que impidan la libertad de elegir de los individuos, limitando la acción del Estado y que en base a esa misma premisa, reconoce a todas las personas iguales ante la ley, y por tanto, podrían decidir determinarse a sí mismos y elegir la forma de vida más adecuada. ¿Por qué es que, en el contexto de sociedades liberales surgen las demandas de grupos identitarios, cuando se espera que bajo estas premisas puedan desarrollar su individualidad de manera libre?

Otro punto relevante y asociado al pensamiento liberal es de la democracia y cómo el debilitamiento de ésta y sus instituciones ha favorecido el surgimiento de la articulación política de diversos grupos, que han sido capaces de mover el eje de la política —como lo planteaba Lilla— y poner en foco en una serie de demandas que tiene como escenario la cultura, entendida ésta como todas las expresiones de la sociedad: ¿Existe una relación entre la acción política de los grupos identitarios y la llamada crisis de la democracia?

 Finalmente, es válido preguntarse también si otros enfoques liberales, tal vez más dominantes en el desarrollo político y filosófico como el liberalismo clásico o el rawlsiano, puedan construir una respuesta a las demandas identitarias y así una contención al avance de los populismos actuales, sustentados, principalmente, en la argumentación identitaria, considerando que ya J.S Mill entrega luces para el debate.

Pablo Gutiérrez González, Asistente Social, Magíster en Gobierno y Sociedad. Magisterando en Filosofía Política y Ética. 

Notas al pie de página:

[1] Larraín, Jorge (2022). “Identidad Chilena”. LOM. p.37.

[2] Lukianoff, Greg y Jonathan Haidt (2019). “Malcriando a los Jóvenes Estadounidenses”. Fundación para el Progreso, p. 113.

[3] Peña, Carlos (2021). Política de la Identidad: ¿El infierno son los otros? Taurus, p. 6.

[4] Fukuyama, Francis (2021). “Identidad: La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento”. Deusto, p. 22.

[5] Ídem.

[6] Lukianoff, Greg y Jonathan Haidt, op. cit., p. 142.

[7] Peña, Carlos, op. cit., p. 16.

[8] Lukianoff, Greg y Jonathan Haidt, op. cit., p. 122.

[9] La conceptualización estructuralista plantea que el populismo debe ser entendido como un tipo de régimen político que se sustenta en una alianza multiclasista y un liderazgo carismático con el objetivo de implementar el denominado modelo de desarrollo de industrialización por sustitución de importaciones. Por su parte, la definición económica argumenta que el populismo es antes que nada un conjunto de políticas macroeconómicas promovidas con el fin de ganar elecciones, pero que, una vez implementadas, terminan por generar niveles de gasto insostenible y desencadenan, tarde o temprano, profundas políticas de ajuste. En tercer lugar, el enfoque político-estratégico concibe al populismo como liderazgos personalistas que son capaces no solo de movilizar a una gran cantidad de votantes que no tienen vinculación entre sí, sino también de montar una maquinaria electoral con escasa institucionalidad que es dirigida por el líder personalista en cuestión.

[10] Mudde, Cas y Cristóbal Rovira (2019). “Populismo, Una Breve Introducción”. Editorial Alianza, p.5

[11] Laclau, Ernesto y Chantal Mouffe (1987). “Hegemonía y Estrategia Socialista, hacia una radicalización de la democracia”. Siglo XXI, p. 8.

[12] Ídem.

[13] Vergara, Camila. “The Plebean People of Populism”. Revue Européenne des Sciences Sociales,  N° 58-2, pp. 77-96.

[14] Vergara, Camila, op. cit., p. 80.

[15] Larraín, Jorge, op. cit., p. 60.

[16] Peña, Carlos, op. cit., p. 19.

[17] Berlin, Isaiah (1958). Dos Conceptos de Libertad. p. 3. https://fadeweb.uncoma.edu.ar/viejo/carreras/materiasenelweb/abogacia/derecho_politico_II/biblio/Isaiah-berlin-dos-conceptos-de-libertad.pdf. Consultado el 02 de noviembre de 2021.

[18] Mill, John Stuart (2014). “Sobre la Libertad”. Akal, p. 3.

[19] Ibídem., p. 50.

[20] Ibídem., p. 119.

[21] Ibídem., p. 68.

[22] Ibídem., p. 69.

[23] Ibídem., p. 120.

[24] Universidad Adolfo Ibañez (2021). “Conversaciones sobre nuestro tiempo; Mark Lilla: Riesgos de la política de identidades”, p. 4. https://www.uai.cl/assets/uploads/2021/12/mark_lilla.pdf

[25] Mill, John Stuart, op. cit., p. 62

[26] Ibídem, p. 122.

[27] Lukianoff, Greg y Jonathan Haidt, op. cit., p. 123.

[28] Ídem.

[29] Ibídem, p. 115.

 
 
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